Las Hadas y el Castillo Perdido
Había una vez, en un bosque encantado lleno de flores de colores y árboles que susurraban secretos, un castillo hermoso donde vivían hadas. Cada mañana, la luz del sol se filtraba a través de los altos vitrales, iluminando su interior con destellos de arcoíris. Las hadas eran criaturas mágicas que cuidaban de la naturaleza, pero había algo especial en este castillo: cada hada tenía un poder singular.
La hada de las flores, Lila, podía hacer que los brotes florecieran en un instante. La hada del agua, Azul, podía convocar lluvias suaves que alimentaban los ríos. La hada de los vientos, Brisa, podía hacer que el aire soplara suavemente para ayudar a las aves a volar. Era un lugar de armonía y alegría.
Un día, mientras jugaban las tres hadas en los jardines del castillo, escucharon un leve susurro. "¿Escucharon eso?"- preguntó Lila, inclinando la cabeza. "Suena como si alguien necesitara ayuda"- respondió Azul, con su voz suave como el río. "Vamos a investigar"- dijo Brisa, emocionada por la aventura.
Siguiendo el sonido, las hadas llegaron a un claro donde encontraron a un pequeño niño llorando. "¿Por qué lloras, pequeño?"- preguntó Lila, agachándose junto a él. El niño, llamado Tomás, les explicó que había perdido su camino mientras exploraba el bosque y no sabía cómo regresar a casa.
"No te preocupes, Tomás, ¡podemos ayudarte!"- dijo Azul. Pero el niño se sentía triste y confundido. "Pero no sé si podré volver, soy un simple niño"- dijo, limpiándose las lágrimas.
Brisa sonrió y dijo: "A veces, lo que parece difícil puede resolverse con un poco de magia y un gran corazón"-. Las hadas decidieron que debían unir sus poderes para ayudar a Tomás a volver a su hogar. Lila hizo que las flores señalaran el camino, Azul creó un arroyo que guiara al niño, y Brisa sopló junto a su oído para que escuchara el canto de los pájaros que lo llevaban a casa.
Al principio, el niño caminó con dudas, pero las hadas, volando cerca, le daban ánimo. "¿Ves? Cada paso es un nuevo descubrimiento"- le dijo Azul. Después de un rato, encontraron un sendero embellecido por las flores que Lila había hecho florecer.
De repente, el camino se oscureció y se encontraron ante un gran muro de arbustos espinosos. "Oh no, ¿y ahora qué?"- exclamó Tomás. Las hadas se miraron preocupadas.
"Debemos encontrar una forma de ayudar a Tomás a cruzar este obstáculo"- sugirió Lila. Luego de pensarlo un momento, Brisa tuvo una idea. "Si todos trabajamos juntas, podemos despejar el camino"-.
Las hadas se unieron y comenzaron a danzar en el aire, creando una melodía mágica. Los espinos comenzaron a moverse, como si estuvieran bailando al ritmo de la música, y poco a poco se transformaron en una suave cortina de flores. "¡Pasemos!"- dijo Azul, entusiasmada.
Tomás, sorprendido por la magia de las hadas, cruzó el camino florido, sonriendo. Sin embargo, su aventura no había terminado. Al acercarse a su hogar, se dio cuenta de que quería llevarse un poco de la magia del bosque con él. "¿Puedo llevarme una flor?"- preguntó, mirando a Lila. "Por supuesto, pero recuerda que la magia más grande está en tu corazón"- le respondió la hada.
Finalmente, Tomás llegó a la puerta de su casa. Se despidió de las hadas con un fuerte abrazo. "¡Gracias por ayudarme!"- gritó con alegría.
"Siempre estaremos aquí si nos necesitas, Tomás"- dijeron las hadas al unísono. Desde ese día, Tomás aprendió a apreciar la naturaleza y las maravillas que la rodeaban. Cada vez que miraba su flor, recordaba su aventura en el bosque encantado y la importancia de cuidar el mundo que lo rodeaba.
Así, el castillo de las hadas brilló aún más, no solo con la magia de las flores, el agua y el viento, sino también con el lazo especial que había creado con un pequeño humano.
Y así, las hadas y Tomás llevaron siempre en sus corazones la memoria de la amistad y la magia que se encuentra en cada paso del camino.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado. Pero la magia sigue viva en cada uno que se atreve a soñarlo.
FIN.