Las Hallacas de Miranda
Miranda era una niña muy especial que vivía con su mamá, Hilda, y su papá, en una casa llena de amor. Sin embargo, había alguien que siempre ocupaba un lugar especial en su corazón: su abuela Helba. Aunque Helba ya no estaba físicamente con ella, Miranda siempre la recordaba con una sonrisa. La abuela era una gran cocinera, y sus hallacas eran el plato favorito de Miranda.
Cada vez que escuchaba la palabra —"hallacas" , su mente se llenaba de recuerdos felices.
Un día, mientras ayudaba a su mamá a preparar la cena, Miranda dijo:
- Mamá, ¿podemos hacer hallacas como hacía la abuela Helba?
Hilda miró a su hija con ternura y respondió:
- Claro, mi amor. Pero necesitamos algunos ingredientes.
Miranda se emocionó. Recordó que su abuela Helba solía decir que la cocina era un lugar mágico, donde los sabores podían contar historias.
- ¿Cuál es la historia de nuestras hallacas? - preguntó curiosa.
- Las hallacas son un símbolo de unión familiar. Cada vez que cocinamos juntas, recordamos a quienes amamos - explicó Hilda con una sonrisa.
Sin perder tiempo, decidieron salir al mercado para comprar todo lo necesario. Mientras paseaban por las coloridas calles, Miranda encontró un pequeño perro en la vereda. Era animal y tenía unos ojos enormes que la miraban suplicantes.
- ¡Mamá! ¡Mirá a ese perrito!
- Pobre, parece que se perdió - respondió Hilda.
Miranda se agachó y empezó a acariciarlo.
- Te llamaremos Hallaca, porque serás parte de nuestra historia hoy, ¿quieres?
- Guau, guau! - ladró el perrito, como si aceptara la invitación.
Con Hallaca acompañándolas, fueron al mercado y compraron plátanos, carne, aceitunas y especias. Al llegar a casa, Hilda le enseñó a Miranda a amasar la masa:
- Primero, hay que mezclar los ingredientes con amor.
Justo cuando estaban a punto de comenzar, se dieron cuenta de que no tenían las hojas de plátano.
- ¡Oh no! Necesitamos las hojas para envolver las hallacas - dijo Hilda preocupada.
- Tal vez pueda ir a buscarlas. Recuerdo que a la abuela Helba le encantaba ir a la tienda a buscar lo que necesitaba - propuso Miranda, decidida.
Hilda sonreía con admiración.
- Creo que tenés razón. Vamos juntas.
Salieron rápido y al llegar a la tienda, encontraron un camino lleno de olores y colores.
- ¡Hola, señora! Necesitamos unas hojas de plátano para hacer hallacas - le dijo Miranda a la dueña de la tienda.
- ¡Claro! Pero hay algo más que necesito: un kilo de amor y un poco de alegría para entregarte las mejores hojas - respondió la señora, guiñándole un ojo.
- ¡A eso vamos entonces! - dijo Miranda entusiasmada.
Después de una charla divertida con la señora, regresaron a casa y comenzaron a preparar las hallacas. Mientras cocinaban, Hilda y Miranda hablaban sobre los momentos compartidos con la abuela.
- Abuela solía decir que cocinar es como hacer peinados: hay que tener paciencia y siempre dejarle un toque de amor.
- ¡Eso es muy cierto! - respondió Miranda mientras ayudaba a envolver la masa.
- Y nunca hay que olvidar la música, que también alegra el corazón - agregó Hilda, poniendo una canción de fondo.
Mientras tanto, Hallaca jugaba alrededor, llenando de alegría el hogar. De pronto, se dio cuenta de que a la música se le sumaba un suave rasgueo de guitarra.
- ¡Mirá! - exclamó Miranda.
- Oh, es mi amigo el vecino, tocando la guitarra. ¡Vamos a invitarlo! - sugirió Hilda.
Cuando el vecino llegó, trajo consigo un par de amigos más y juntos empezaron a cantar y a tocar. La cocina se llenó de luces y risas.
- ¡Esto es mejor que una fiesta! - gritó Miranda emocionada.
Finalmente, cuando las hallacas estaban listas, las sirvieron en la mesa y todo el mundo disfrutó de un banquete lleno de risas.
- ¡Esto es delicioso! - exclamaron todos.
- ¡Es como si la abuela Helba estuviera aquí con nosotros! - dijo un amigo.
Miranda sonrió, sintiendo que el amor de su abuela estaba con ella, compartiendo momentos y creando nuevos recuerdos.
- ¡Gracias por enseñarme el secreto de las hallacas! - le dijo a su mamá.
- Gracias a vos, mi amor.
Y así, a través de la cocina, Miranda aprendió que las tradiciones se transmiten de generación en generación, y que cada plato es una historia, un abrazo que nos une a quienes amamos. Y aunque a veces no vemos a los que amamos, su amor y sus enseñanzas siempre estarán en nuestros corazones.
Y así fue como Miranda, Hilda y su nuevo amigo Hallaca pasaron un día inolvidable, lleno de amor, risas y sabores que recordarán siempre.
FIN.