Las Hermanas Trabajadoras y el Milagro del Jardín



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivían dos hermanas viejas, Carmen y Lucía. A pesar de su edad, ambas trabajaban arduamente en su propia huerta, cuidando las plantas y recolectando verduras frescas para vender en el mercado.

Un día soleado, después de haber trabajado diez horas bajo el calor del sol, las hermanas se sentaron a descansar en su porche.

"¡Qué día tan largo, Carmen!" dijo Lucía, mientras se secaba el sudor de la frente.

"Sí, es cierto, Lucía. Pero mira qué bien hemos trabajado hoy. Las verduras lucen preciosas", respondió Carmen, sonriendo satisfechamente.

A la mañana siguiente, mientras comenzaban su jornada en la huerta, se encontraron con un extraño en el camino. Era un anciano con una larga barba blanca y ojos chispeantes.

"¿Podrían ayudarme, por favor? He perdido mi bastón y no puedo avanzar sin él," dijo el anciano suavemente.

"Por supuesto, abuelo. ¿Dónde lo viste por última vez?" preguntó Lucía, interesada.

"Cerca de unas viejas piedras, un poco más allá del río. Pero no se preocupen, tengo un par de monedas que podrían interesarles a cambio de su ayuda," contestó el hombre.

Las hermanas se miraron.

"No necesitamos monedas. Solo queremos ayudarte," respondió Carmen. Así que, sin dudarlo, decidieron ir en busca del bastón.

Mientras buscaban el bastón, Carmen se dio cuenta de que había olvidado llevar agua.

"Lucía, ¿me esperás un momento? Voy a traer un poco de agua. Así no nos deshidratamos," le dijo.

"¡Apurate, que están muy calientes estos días!" contestó Lucía, realizando su búsqueda entre las piedras.

Cuando Carmen regresó, Lucía había encontrado al anciano de nuevo, pero esta vez estaba sentado en una roca, rodeado de un brillo especial.

"Carmen, vení rápido. ¡Hay algo raro aquí!" le gritó Lucía.

"¿Qué es?" preguntó Carmen mientras se acercaba, sorprendida.

El anciano sonrió y levantó el bastón, pero antes de tomarlo, les hizo una advertencia.

"Lo que verán ahora es un regalo para quienes trabajaron duro y muestran bondad. Están a punto de descubrir la magia de la tierra que cuidan con tanto amor."

De pronto, las hermanas fueron envueltas en un remolino de luces brillantes. Del suelo brotaron plantas resplandecientes llenas de frutas y verduras que nunca habían visto.

"¿Qué está pasando?" exclamó Carmen, asombrada.

"Esto es un regalo por su gran corazón y esfuerzo continuo," dijo el anciano.

"¡Es increíble!" gritó Lucía con alegría.

Las hermanas, atónitas, comenzaron a recoger las frutas y verduras brillantes.

"¡Mira esta zanahoria, es gigantesca!" dijo Lucía.

"Y estas frutas son de colores que nunca imaginé. ¡Esto es extraordinario!" añadió Carmen.

El anciano, viéndolas tan felices, les dijo:

"Recuerden, mis queridas hermanas, que el verdadero tesoro no son estas frutas, sino el amor y la dedicación que han puesto en su trabajo. Ustedes son responsables de crear la belleza en este mundo. Ahora, compartan su abundancia con el pueblo."

Las hermanas, llenas de gratitud, decidieron llevar las frutas y verduras mágicas al mercado.

"Esto es un regalo para todos. Nadie se quedará sin probar estas delicias," dijo Carmen.

"¡Es verdad! Así todos podrán disfrutar de la alegría que hemos encontrado."

Cuando llegaron al mercado, las personas se sorprendieron al ver las frutas y verduras tan especiales.

"¿De dónde han sacado estas maravillas?" preguntó una mujer, admirando una fruta dorada.

"Del amor y el esfuerzo, que son más poderosos que cualquier magia," respondió Lucía, sonriendo.

Esa tarde, el pueblo entero celebró con un gran festín. Todos estaban agradecidos y, a partir de ese día, las hermanas no solo compartían su trabajo, sino también su sabiduría sobre el valor de la solidaridad y la bondad.

Y así, Carmen y Lucía siguieron trabajando en su huerta, pero ahora, con el corazón lleno de alegría, sabiendo que el verdadero tesoro estaba en cada acto de amor que compartían con su comunidad.

FIN.

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