Las Hijas Valientes
Había una vez en un pequeño pueblo, tres hermanas llamadas Sofía, Valentina y Lucía. Eran tres niñas muy unidas, pero un día, su madre tuvo que dejar su trabajo debido a dificultades y la familia vivía con pocos recursos.
Un día, mientras jugaban en el parque, Sofía tuvo una idea.
"Chicas, ¿y si hacemos algo especial para ayudar a mamá?" - propuso Sofía, con sus ojos brillando de emoción.
"Pero, ¿qué podemos hacer?" - preguntó Valentina, un poco preocupada.
"Podemos vender limonada! La gente siempre la compra en verano, ¿verdad?" - continuó Sofía.
"¡Es una gran idea!" - exclamó Lucía, saltando de alegría.
Así que las tres hermanas se pusieron manos a la obra. Reunieron limones frescos, agua y azúcar de la despensa. Se armaron con un cartel que decía: "¡Limonadas frías para todos!" y se instalaron en la esquina de su barrio.
Los primeros clientes fueron sus vecinos.
"¡Esto está riquísimo!" - dijo la señora Rosa, mientras saboreaba la bebida.
Las hermanas sonreían satisfechas.
Sin embargo, el tiempo pasó y las ventas no eran tan altas como esperaban. Lucía, la más pequeña, empezó a sentirse desanimada.
"¿Y si nadie más viene a comprar? No hemos vendido nada en mucho tiempo..." - dijo, con un puchero.
"Debemos ser pacientes, Lu, siempre hay que esperar un poco más. Además, podemos hacer algo divertido para atraer a más gente!" - sugirió Valentina.
Tenían que pensar en un plan. Prometieron hacer una pequeña fiesta de limonada con juegos y música para atraer a los niños del barrio.
Así, escribieron otra vez en su cartel: "¡Fiesta de Limonada con juegos!" y colgaron globos coloridos alrededor de su puesto. Esa tarde, el parque se llenó de risas y alegría, y pronto varios niños fueron a jugar y disfrutar de la limonada.
"¡Esto es increíble!" - gritó un niño mientras se divertía en el juego de la soga, todos querían unirse a la fiesta.
Las hermanas se sentían felices al ver que su idea estaba funcionando. Hicieron nuevos amigos e incluso se unió su vecina, la señora Rosa, quien trajo galletitas caseras para acompañar la bebida.
Pero, no todo fue fácil. Al día siguiente, apareció un grupo de chicos del barrio que querían hacer lo mismo y decidieron abrir su propio puesto de limonada cerca. La competencia era dura y las hermanas se sintieron muy tristes.
"¿Por qué ellos pueden vender limonada y nosotras no?" - preguntó Valentina, con lágrimas en los ojos.
"No es justo, nosotras trabajamos duro..." - añadió Sofía, sintiéndose frustrada.
"Chicas, no podemos rendirnos. Tal vez, en lugar de competir, deberíamos colaborar" - sugirió Lucía.
Aunque las hermanas estaban dudosas, decidieron acercarse a los demás niños y proponer una alianza. Cuando lo hicieron, los otros chicos también se mostraron amables.
"¿Y si hacemos un gran puesto de limonada juntos?" - sugirió uno de los chicos, sonriendo.
Pronto, todos empezaron a trabajar juntos: hicieron un gran cartel, decoraron la mesa y ofrecieron diferentes sabores, desde limonada tradicional hasta sabores de frutas.
Esa tarde, la venta fue un verdadero éxito y las sonrisas no paraban de aparecer.
"¡Esto es genial! ¡Vendimos más que nunca!" - gritó Sofía, mientras todos tomaban una pausa para disfrutar de lo que habían logrado.
Al final del día, el grupo decidió hacer una donación a la escuela del barrio, para ayudar con nuevos materiales.
"¡Esto significa mucho para todos! Gracias por su esfuerzo, chicas!" - les dijo el director de la escuela, agradecido.
Así, las hermanas aprendieron que la unión hace la fuerza y que, a veces, apoyar a otros puede llevar a alegrías mayores.
Al llegar a casa, su mamá se enteró de la experiencia y se sintió muy orgullosa.
"Ustedes son valientes y bondadosas. Estoy segura de que con ese espíritu todo se puede lograr" - les dijo, abrazándolas.
Sofía, Valentina y Lucía sonrieron, porque, juntas, no solo habían ayudado a su mamá, sino que habían hecho muchos nuevos amigos y aprendido que el amor y la colaboración son herramientas poderosas para enfrentar cualquier desafío.
FIN.