Las Historias de Izel



En la sierra de Puebla, donde las montañas susurran secretos antiguos, vivía un niño llamado Izel. Con su cabello negro y su piel bronceada por el sol, Izel estaba listo para emprender una aventura muy importante: su primer día en la escuela primaria Xicoténcatl, en Apizaco.

Cuando llegó a la escuela, el bullicio de niños y niñas llenó el aire. Izel miró a su alrededor, notando sus ropas coloridas y sus risas. Aunque se sentía un poco nervioso, su corazón latía con emoción por conocer todo lo que la vida en la ciudad tenía para ofrecer.

Al entrar al aula, la maestra Ana les pidió a todos que se presentaran. Cuando llegó el turno de Izel, tomó aire profundo.

"Hola, soy Izel. Vengo de la sierra de Puebla y traigo muchas historias que contarles." - dijo con una sonrisa tímida.

Algunos compañeros miraron a Izel con curiosidad.

"¿Qué historias?" - preguntó Sofía, una niña con dos coletas.

"Cuento sobre nuestras prácticas culturales y celebraciones. En la sierra, vestimos de formas especiales y tenemos fiestas llenas de danza y música. La naturaleza también es importante para nosotros. Apreciamos cada rincón de nuestros bosques y montañas." - respondió Izel.

Los niños lo miraban con atención, intrigados por su forma de hablar. La clase siguió, pero Izel notó que su corazón anhelaba compartir más. Entonces, un día decidió traer su vestimenta tradicional y mostrarla durante la clase de arte.

"Miren, esto es un huipil. Es un vestido que representa nuestra cultura. Cada diseño tiene un significado especial. Los colores también cuentan historias sobre nuestras tradiciones." - explicó mientras mostraba una pieza exquisita con intrincados bordados.

Los ojos de sus compañeros brillaban de asombro.

"¡Es hermoso, Izel!" - exclamó Javier.

"¿Podés enseñarnos a hacer uno?" - sugirió Sofía con entusiasmo.

Izel sonrió, sintiéndose aceptado y querido. Así, al día siguiente, organizó una pequeña clase donde él enseñó a sus compañeros a dibujar diseños inspirados en su cultura. Mientras todos trabajaban, comenzaron a contar sus propias historias.

"Yo tengo una tradición familiar donde cocinamos juntos los domingos", - narró Javier.

"En casa, celebramos el Día de los Muertos con una fiesta grande", - dijo Sofía emocionada.

Izel se dio cuenta de que a pesar de las diferencias, todos compartían algo especial: sus historias y tradiciones. A partir de ese momento, cada semana decidieron dedicar un tiempo para intercambiar relatos de sus respectivas culturas.

Sin embargo, un día, un niño nuevo, Lucas, llegó a la escuela. A diferencia de los demás, Lucas se reía de las historias que Izel contaba.

"Tus historias son raras. ¿Por qué deberíamos interesarnos en ellas?" - dijo Lucas burlonamente.

Izel sintió un nudo en la garganta, pero recordando el apoyo de sus amigos, decidió hablarle con amabilidad.

"Las historias son puentes que nos conectan. Mis historias son parte de mí, al igual que las tuyas lo son para vos. ¿Qué te gustaría contar de tu vida?" - preguntó Izel.

Lucas lo miró confundido y se quedó en silencio, hasta que al final murmuró.

"No lo sé. Nunca pensé en contarlas…".

Fue entonces que Sofía dijo: "Podemos ayudarnos mutuamente a contarlas. ¿Qué te parece?" Lucas se dio cuenta de que su actitud no había dejado huella como creía y se sintió un poco avergonzado.

Al final del día, Lucas aceptó unirse a ellos. Izel y sus amigos comenzaron a escuchar a Lucas, y pronto, él también compartió historias de su vida, de su familia, y de sus celebraciones.

Esa tarde, mientras se despedían, Izel sonrió al saber que su valentía había derribado un muro de incomprensión. Así, la escuela Xicoténcatl se llenó de risas, respeto y aceptación. Izel comprendió que dar a conocer su cultura no solo enriquecía a los demás, sino que también celebraba quién era él.

Con el corazón latiendo fuerte, Izel supo que su viaje en Apizaco apenas comenzaba y que, a través de sus historias, podía inspirar a otros a abrazar su identidad.

Desde ese día, en la escuela siempre se celebraba el "Día de las Historias", donde cada uno compartía algo especial sobre su cultura. Y así, en cada rincón del aula, el espíritu de la diversidad y la amistad floreció, como las mil flores que adornan los cerros de Puebla.

FIN.

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