Las huellas sagradas del cerro de Chilliguaay



Había una vez en un pequeño pueblo en las montañas de Argentina, dos niños aventureros llamados Mateo y Camila. Un día decidieron subir al cerro de Chilliguaay, un lugar misterioso y lleno de leyendas. Mientras jugaban y exploraban por el cerro, encontraron unas piedras con extrañas marcas en forma de huellas.

- ¡Mira, Camila! ¡Estas huellas en las piedras son muy extrañas! – exclamó Mateo.

- Sí, parecen huellas de un ser celestial. ¡Debemos investigar más! – respondió Camila emocionada.

Decidieron investigar las huellas y siguieron el rastro que éstas marcaban en las piedras. Mientras avanzaban, descubrieron que las huellas sagradas los guiaban a través de un sendero oculto que los llevó a un antiguo templo en ruinas.

- ¡Guau! ¿Qué crees que esto signifique, Mateo? – preguntó Camila, impresionada por lo que veían.

- No lo sé, pero estoy seguro de que estas huellas nos llevaron aquí por alguna razón. ¡Debemos ser valientes y explorar! – respondió Mateo con determinación.

Dentro del templo, encontraron inscripciones antiguas en las paredes y una estatua que emanaba una energía especial. Los niños pronto descubrieron que las huellas sagradas en las piedras eran un mensaje dejado por los antiguos habitantes del lugar, quienes las consideraban como un regalo de los dioses para guiar a aquellos que fueran puros de corazón.

- Parece que estas huellas sagradas nos llevaron aquí para darnos un mensaje, ¿no crees? – dijo Camila con asombro.

- Sí, es una señal de que debemos ser valientes, compasivos y siempre guiarnos por el bien. Es un mensaje de amor y sabiduría – respondió Mateo con una sonrisa.

Los niños llevaron consigo aquel mensaje de las huellas sagradas y se prometieron a sí mismos vivir de acuerdo a esos principios. A partir de ese día, Mateo y Camila se convirtieron en los guardianes del cerro de Chilliguaay, compartiendo la sabiduría de las huellas sagradas con todos los que se aventuraban en el lugar.

Y así, los dos niños demostraron que las huellas sagradas no solo eran marcas en piedras, sino un legado de amor y bondad que puede perdurar por generaciones.

FIN.

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