Las Lluvias Mágicas de Villa Alegre
En un pequeño y colorido pueblo llamado Villa Alegre, había una leyenda que se contaba de generación en generación. Los habitantes creían que los días de lluvia eran los más felices del año. ¿Pero por qué? La respuesta era sencilla: los niños, en esos días, salían a jugar y salpicarse entre las gotas frescas, mientras que los cultivos, gracias al agua, florecían como nunca.
Una mañana, mientras las nubes grises comenzaban a cubrir el cielo, un grupo de niños se preparaba para aprovechar al máximo lo que parecía ser un día de lluvia. Estaban emocionados, ya que ese era el momento que esperaban. Entre ellos estaban Sofía, Lucas, y Mateo, amigos inseparables.
"Vamos a salir rápido antes de que empiece a llover muy fuerte!" - dijo Sofía con una gran sonrisa.
"Sí, ¡quiero hacer una gran zancadilla de barro!" - respondió Lucas, llenándose de entusiasmo.
"No olviden sus botas de lluvia. Si se llenan de barro, se van a manchar," - advirtió Mateo, pero en el fondo también estaba emocionado por la aventura.
Así que, armados con sus impermeables de colores y botas de goma, los tres amigos corrieron hacia el parque. En cuanto las primeras gotas comenzaron a caer, estallaron en risas y dieron un salto hasta el charco más grande que encontraron. El agua salpicaba en todas direcciones mientras brincaban y giraban en el aire.
Poco a poco, la lluvia se intensificó, pero eso no detuvo su juego. Al contrario, animó a otros niños a unirse a ellos. Pronto, había un grupo de pequeños riendo y jugando, construyendo castillos de barro, nadando en los charcos y haciendo competiciones de saltos.
Mientras tanto, en el corazón del pueblo, las plantas empezaron a absorber la lluvia con gusto. Las flores que lucían marchitas se erguían, y los cultivos de maíz y tomate se llenaban de vida, casi bailando al ritmo de la lluvia. Los campesinos, que se asomaban por las ventanas, sonreían satisfechos.
"Miren cómo crecen, parece que se alegran tanto como nosotros," - dijo la señora Rosa, una de las agricultoras del pueblo, mirando por su ventana.
"Es verdad! Cada vez que llueve, siento que la tierra celebra con nosotros," - agregó el señor Juan, quien cultivaba hortalizas en su huerta.
Sin embargo, en medio de tanto juego y alegría, apareceu un pequeño niño llamado Tomás, que permanecía al borde del parque, con una cara triste.
"¿Por qué no te unes a nosotros?" - le preguntó Sofía.
"No me gusta mojarme..." - respondió Tomás, sin quitar la vista del grupo.
Los tres amigos se miraron y decidieron que tenían que ayudar a Tomás a comprender lo hermoso que era jugar bajo la lluvia.
"Ven, Tomás, ¡te prometemos que es divertido!" - lo invitó Lucas.
"No pasa nada si te mojas. Después puedes secarte en casa!" - dijo Mateo con una sonrisa animadora.
Finalmente, Tomás aceptó. Con un poco de timidez y unos leves pasos, se unió al grupo. En cuanto sintió las primeras gotas en su rostro, se sorprendió y dejó escapar una pequeña risa. Con cada zancada en los charcos, su risa se hizo más fuerte. Pronto, no solo jugaba, sino que estaba al frente de los brincos más altos y haciendo el mejor de los barro.
La tarde transcurrió llenando Villa Alegre de risas y juego, y lo que comenzó como un día nublado se convirtió en una de las más grandes fiestas que el pueblo había vivido. La lluvia caía sin parar, pero sus corazones estaban llenos de alegría.
Con el tiempo, los niños se cansaron y comenzaron a regresar a casa, llenos de barro, pero sobre todo, llenos de un nuevo amigo en el corazón.
"¡Gracias por invitarme! No sabía que jugar en la lluvia podía ser tan divertido!" - dijo Tomás, mientras se despedía.
"¡Siempre serás bienvenido a Villa Alegre, Tomás!" - respondieron Sofía, Lucas y Mateo al unísono.
Así, gracias a las lluvias mágicas de Villa Alegre, no solo los cultivos florecieron, sino que también se tejieron nuevas amistades. La leyenda se hacía más fuerte con el tiempo, recordando a todos que incluso en los días nublados, el sol del corazón puede brillar radiando alegría y complicidad. Desde entonces, Tomás nunca más tuvo miedo de mojarse, y cada lluvia era una nueva oportunidad para jugar y ser feliz en su querido pueblo.
FIN.