Las luces que iluminan nuestros corazones



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Estrella, una niña llamada Karina. Era una niña alegre que adoraba la Navidad. Cada diciembre, su casa se llenaba de luces brillantes y adornos coloridos, y casi siempre se podía escuchar su risa mientras jugaba con sus amigos en el parque nevado.

Un día, mientras ayudaba a su mamá a decorar el árbol de Navidad, Karina se dio cuenta de algo curioso. Cuando encendían las luces, todos en la casa parecían sonreír más. Su hermano Lucas, que estaba triste porque no podía ver a sus amigos, se iluminaba con cada parpadeo de las luces.

"Mamá, ¿por qué las luces hacen que todos se sientan tan felices?" - preguntó Karina, con su mirada curiosa.

"Las luces de Navidad son como un abrazo cálido, querida. Nos recuerdan el amor y la alegría que compartimos en esta época del año" - respondió su mamá, sonriendo.

Inspirada por esto, Karina tuvo una idea brillante. Decidió que quería llevar alegría a todos los corazones de su pueblo usando luces de Navidad. Así que, muy entusiasta, comenzó a arreglar un espectáculo de luces. Compró algunas decoraciones y se reunió con sus amigos, quienes estaban emocionados de ayudarla.

El día de la gran inauguración, Karina y sus amigos trabajaron arduamente para colgar luces en los árboles del parque. Cada luz que colgaban parecía llenar el aire con una energía especial.

Cuando llegó la noche, el parque se iluminó como un sueño. Todos los habitantes del pueblo se acercaron atraídos por la magia de las luces.

"¡Miren cuántas luces!" - exclamó una señora mayor, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.

"Es como si el cielo se hubiera bajado a la tierra" - comentó un niño que corría entre las luces.

Karina sonreía de oreja a oreja al ver cómo sus luces alegraban a todos.

De repente, notó que un grupo de niños miraba con tristeza, alejados del resto.

"¿Por qué están tan tristes?" - les preguntó Karina acercándose a ellos.

"Es que este año nuestra familia no pudo decorar nuestra casa para la Navidad" - respondió uno de los niños.

Karina sintió un nudo en su corazón. Sin pensarlo, se les acercó y les dijo:

"¡No se preocupen! ¡Vamos a decorar su casa juntos!"

"¡Sí!" - gritó uno de los niños, emocionado.

Así que Karina y sus amigos tomaron más luces y siguieron a los niños tristes hasta su casa. Al llegar, pusieron manos a la obra. Las risas y los juegos llenaron el espacio, y antes de darse cuenta, la casa estaba brillante y reluciente.

"Gracias, Karina. Hiciste que nuestra Navidad sea especial" - dijo uno de los niños, abrazándola.

Karina se dio cuenta de que no solo las luces iluminaban el parque, sino que también iluminaban los corazones de las personas. El frío de la noche se sentía cálido, y la alegría de la Navidad brillaba más que nunca.

Pasaron los días y Karina siguió llevando su mensaje en cada rincón del pueblo, decorando casas y compartiendo risas. Lo que más le gustaba era ver cómo aquellos que estaban tristes volvían a sonreír con el poder de las luces.

Una noche, mientras estaba en su jardín, miró al cielo estrellado y pensó en todas las luces que había compartido.

"¿Por qué me gusta tanto hacer feliz a la gente?" - se preguntó en voz alta.

Justo en ese momento, una luciérnaga se acercó, comenzando a bailar en el aire.

"Quizás porque cada luz que compartís ilumina no solo el espacio, sino los corazones de quienes te rodean" - dijo la luciérnaga, que parecía entenderla muy bien.

Con una sonrisa de aceptación, Karina se dio cuenta de que había encontrado su verdadero regalo de Navidad: la alegría de compartir con los demás. Desde ese día, todos comenzaron a llamarla "Karina la iluminadora de corazones", y su historia recorrió las callecitas de Estrella, recordándoles a todos que no se necesita mucho para alegrar la vida de alguien: a veces, solo son necesarias unas luces y un corazón dispuesto a dar.

FIN.

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