Las Manzanas Mágicas del Parque
Era un día brillante y soleado cuando el pequeño Lucas decidió ir al parque con sus abuelos. La abuela Nati llevaba una cesta de mimbre llena de manzanas rojas y jugosas, mientras que el abuelo Julio llevaba una manta para que se sentaran a disfrutar del almuerzo al aire libre.
"¡Mirá abuelito!" - dijo Lucas mientras corría hacia el columpio. "¡Voy a volar como un pájaro!"
"Ten cuidado, Lucas, no queremos que te caigas" - respondió el abuelo riendo mientras extendía la manta bajo un árbol frondoso. "Ven a sentarte con nosotros para comer algo antes de jugar."
Lucas se fue corriendo, ansioso por el almuerzo. La abuela Nati empezó a sacar las manzanas de la cesta. Eran grandes, redondas y brillaban bajo el sol.
"Estas manzanas son mágicas, sabías?" - dijo la abuela con una sonrisa traviesa. "Cada vez que muerdes una, te da un poco de alegría para compartir con los demás."
Los ojos de Lucas se iluminaron. "¿Mágicas? ¿En serio, abuela? Quiero probar una ahora mismo!"
"Paciencia, querido. Primero necesitamos disfrutar de nuestro almuerzo y luego podréis probarlas" - dijo Nati, mientras servía bocados de queso con jamón en la manta.
Después de comer, la abuela les dio una manzana a cada uno. "Elige una para ti, Lucas. Recuerda, comparte tu alegría."
Lucas tomó la manzana más grande que pudo encontrar, la sostuvo en sus manos y dijo: "¡Miren, es tan hermosa! Voy a compartirla con mis amigos del parque."
"Eso es excelente, hijo" - el abuelo lo animó "La alegría siempre se multiplica cuando la compartimos."
Decidido, Lucas corrió hacia los columpios donde un grupo de niños jugaba. "¡Hola, chicos!" - gritó. "¡Tengo manzanas! ¿Quieren una? Son mágicas y traen alegría."
Los niños lo miraron con curiosidad. Uno de ellos, Tomás, se acercó y preguntó: "¿De verdad traen alegría?"
"Sí!" - exclamó Lucas, alzando la manzana "Si muerden un pedacito, tendrán un montón de alegría. Pero tienen que compartirla también."
Intrigados, los niños aceptaron. Cada uno tomó un pedazo de manzana. A medida que saboreaban la fruta, comenzaron a reírse y a jugar juntos como nunca antes. La magia de la manzana estaba funcionando.
Pero de repente, uno de los niños se puso a llorar. Era una nena llamada Lucía. "No tengo manzana!" - se quejó, mirando triste a sus amigos.
Lucas sintió un nudo en el estómago. "No te preocupes, Lucía. ¡Puedo compartir contigo mi alegría!" - le dijo, partiendo su manzana por la mitad y dándole la mitad.
"¿De verdad? ¡Gracias, Lucas!" - Lloraba de felicidad Lucía, al tomar el trozo. Y al morderlo, su rostro se iluminó.
El grupo de niños comenzó a agruparse cerca de ella para compartir risas y juegos.
"¿Ven lo que pasa cuando compartimos?" - dijo Lucas con una gran sonrisa "La alegría se multiplica!"
Mientras tanto, los abuelos los miraban desde la manta, con orgullo. "Lucas está aprendiendo una importante lección hoy" - susurró la abuela Nati. "No solo de las manzanas, sino de la generosidad."
Después de un rato, al sonido de las risas, la abuela decidió que era tiempo de irse. "Chicos, los invito a un último picoteo antes de irnos, ¿quién quiere más manzanas?" - Y todos los pequeños gritaron al unísono: "¡Yo!"
Fueron de regreso, todos ellos felices, con las manzanas mágicas en sus manos y una lección importante en el corazón. La alegría de Lucas había contagiado a todos, y ese día, el parque fue testigo de cómo sonreír y compartir puede hacer del mundo un lugar mejor.
Desde ese día, Lucas y sus amigos se hicieron inseparables y siempre traían consigo una manzana para compartir, recordando que la verdadera magia está en la generosidad y la amistad.
FIN.