Las Máscaras Encantadas



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Carnavalito, donde cada año se celebraba el carnaval más divertido y colorido de todo el país.

En ese lugar, las caretas del carnaval eran muy especiales, ya que brillaban con colores vibrantes y mágicos. Un día, mientras las caretas descansaban sobre una silla en la plaza principal del pueblo, algo extraordinario sucedió.

Hombres y mujeres vestidos con trajes extravagantes llegaron a la plaza y comenzaron a tomar las caretas de una en una. El primero en acercarse fue Don Carnavalito, un hombre alto y elegante vestido con un traje dorado lleno de lentejuelas brillantes.

Tomó una careta plateada con plumas azules y verdes que parecían danzar al ritmo del viento. "¡Oh! Esta careta es verdaderamente maravillosa", exclamó Don Carnavalito mientras se colocaba la careta en su rostro. De repente, su voz adquirió un tono mágico y todos los presentes quedaron maravillados.

La siguiente persona que tomó una careta fue Doña Fantasía, una mujer encantadora vestida como un hada mágica. Escogió una máscara púrpura adornada con estrellas doradas que parecían parpadear como luciérnagas.

"¡Qué belleza! Con esta máscara podré hacer realidad todos mis sueños", dijo Doña Fantasía mientras se ajustaba la careta en su rostro. Al instante, todas las flores a su alrededor comenzaron a crecer rápidamente llenando la plaza de hermosos colores.

Luego fue el turno de Don Risueño, un hombre risueño y divertido vestido como un payaso. Escogió una careta multicolor con una gran sonrisa que parecía contagiarse a todos los que la veían.

"¡Ja ja ja! Con esta máscara podré alegrar el corazón de todos", dijo Don Risueño mientras se colocaba la careta en su rostro. De repente, las nubes grises desaparecieron y un hermoso arcoíris apareció en el cielo, iluminando todo el pueblo con colores brillantes.

La siguiente persona en tomar una careta fue Doña Aventurera, una mujer valiente y audaz vestida como una exploradora. Escogió una máscara dorada con detalles de mapas antiguos que parecían llevarla hacia emocionantes aventuras. "¡Increíble! Con esta careta podré descubrir nuevos tesoros escondidos", exclamó Doña Aventurera mientras se ponía la máscara en su rostro.

En ese momento, un mapa gigante apareció frente a ella y mostró caminos secretos que nadie conocía. Así continuaron tomando las caretas uno por uno, cada persona encontrando la máscara perfecta para cumplir sus deseos más profundos.

Sin embargo, algo inesperado ocurrió cuando solo quedaba una última careta sobre la silla. Un niño llamado Tomás se acercó tímidamente hacia ella.

Tomás era un pequeño soñador que siempre había admirado las luces del carnaval y deseaba tener su propia aventura mágica. Miró detenidamente todas las caretas restantes y finalmente eligió una máscara sencilla, pero llena de brillo y colores. "Esta careta es perfecta para mí", susurró Tomás mientras se colocaba la máscara en su rostro.

De repente, todas las luces del carnaval cobraron vida y comenzaron a bailar a su alrededor. El pueblo entero quedó asombrado por el espectáculo mágico que estaban presenciando. Las calles se llenaron de risas, música y alegría.

Todos los habitantes de Carnavalito comprendieron que no importa qué careta elijamos, lo importante es ser auténticos y seguir nuestros sueños con valentía.

Desde aquel día, cada año en el carnaval de Carnavalito, las caretas brillantes son tomadas una vez más por hombres y mujeres adornados en extravagantes atuendos. Pero ahora todos saben que la verdadera magia está dentro de ellos mismos y que pueden hacer realidad cualquier deseo si creen en sí mismos.

Y así fue como el pequeño Tomás enseñó al mundo entero que la verdadera magia del carnaval no está solo en las caretas brillantes, sino en el corazón de quienes las usan. Fin.

FIN.

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