Las Mermeladas de la Abuelita Rosa
Había una vez una niña pequeña de cabello rizado, llamada Lía, que vivía en una acogedora cabaña en el bosque con su abuelita Rosa y su padre, Manuel. Lía era una niña curiosa y alegre, siempre dispuesta a ayudar a su familia.
Todas las mañanas, después de desayunar, se colocaban sus canastas al hombro. La abuelita Rosa decía:
"Lía, hoy iremos a recolectar esos deliciosos frutos rojos que crecen en el claro del bosque. ¿Qué te parece?"
"¡Me encanta! Siempre hacemos la mejor mermelada del mundo" - respondió Lía con una gran sonrisa.
Una vez en el claro, comenzaron a buscar entre los arbustos. Las frambuesas y las moras estaban tan frescas que parecían pedir a gritos ser recogidas. Lía se agachó para recoger una frambuesa cuando de repente, notó algo extraño entre los arbustos. Era una pequeña caja de madera con un candado dorado.
"¡Abuelita, mirá!" - exclamó Lía emocionada.
Rosa se acercó con curiosidad:
"Eso no estaba aquí antes, ¿verdad?" - dijo, levantando una ceja.
Manuel, que había estado lejos, se acercó también:
"¿Te imaginas que haya algo mágico dentro?" - sugirió con una sonrisa traviesa.
Lía se llenó de intriga.
"¡Vamos a descubrirlo!" - propuso.
Pero el candado estaba muy firme. Lía, decidida, buscó un palito y trató de abrirlo, pero fue en vano. La abuelita, vio su esfuerzo y dijo:
"Tal vez hay una manera de abrirlo sin romperlo. ¿Qué tal si buscamos la llave?"
Así, comenzaron a buscar por los alrededores del claro. Mientras lo hacían, encontraron unos dibujos tallados en un tronco caído. Eran imágenes de frutas, flores y... una llave.
"¡Mirá!" - exclamó Lía "¿Creen que ese es un mapa?"
"Así parece," - dijo Manuel. "Podría ser una pista."
Siguieron el camino que el dibujo indicaba y, después de un rato, llegaron a un pequeño arroyo. Allí, entre las piedras, brillaba algo dorado. Lía se acercó y con cuidado, lo sacó. ¡Era una llave!"¡Lo logramos!" - gritó Lía con alegría.
Con la llave en mano, regresaron al claro. Lía se acercó a la caja y encajó la llave en el candado. Con un suave giro, el candado se abrió y la tapa de la caja se levantó lentamente. Dentro, encontraron frascos vacíos y una hoja de papel con una receta.
"¡Miren! Es una receta de mermelada, pero de una fruta mágica que da energía a los que la comen," - explicó Lía, leyendo la hoja.
"Podríamos usarla para hacer algo especial para el mercado," - propuso Manuel.
"¡Y podríamos compartirla con todos!" - agregó Rosa con entusiasmo.
Regresaron a casa y pusieron manos a la obra. Prepararon la mermelada siguiendo la receta de la caja. Lía se movía de un lado a otro, emocionada por ver cómo todo tomaba forma. Al finalizar, el aroma en la cabaña era irresistible y llena de colores vibrantes.
Al día siguiente, llegaron al mercado. La gente se acercaba al stand, atraída por el dulce aroma de la mermelada mágica.
"¿Qué tienen de diferente hoy?" - preguntó un vecino.
"Hicimos mermelada con una fruta mágica, que nos da energía y alegría" - explicó Lía con orgullo.
Las personas lo probaron y se sorprendieron por el delicioso sabor.
"¡Es exquisita! ¿Dónde la consiguieron?" - preguntó una señora.
"La encontramos en el bosque, junto a una receta especial," - contestó Lía, sonriendo.
A partir de ese día, cada vez que vendían su mermelada, la gente no solo compraba un frasco, sino también un poco de la alegría y la magia que Lía y su familia habían vivido. Su fama crecía, y la habilidad de Lía para contar historias sobre su aventura atrajo a más y más clientes.
Así, Lía aprendió que la curiosidad y el trabajo en equipo con su familia no solo resultaron en una deliciosa mermelada, sino también en valiosas lecciones sobre la creatividad y la importancia de compartir.
"Es asombroso lo que podemos descubrir juntos en el bosque," - dijo Lía, mirándolos con amor.
"Y lo mejor es que siempre hay algo nuevo por explorar," - añadió Rosa, guiñándole un ojo a Manuel.
Y desde entonces, no solo recolectaban frutos para hacer mermelada, sino que también buscaban tesoros en el bosque, siempre recordando la magia de aquel día.
FIN.