Las muñecas de la felicidad
Había una vez, en un tranquilo pueblo llamado Sonrisas, un grupo de muñecas que vivían en una antigua juguetería. A pesar de su aspecto un poco desaliñado y su mirada intensa, estas muñecas tenían un gran sueño: querían ser adoptadas por niños que las quisieran de verdad. Sin embargo, nadie se acercaba a ellas porque las consideraban ‘muñecas de terror’ por su apariencia.
Un día, una niña llamada Clara, conocida por su gran imaginación y su corazón lleno de bondad, pasó frente a la juguetería. Observó a las muñecas y, a diferencia de los demás, sintió un brillo especial en ellas.
"¿Por qué están aquí solas?" - preguntó Clara, acercándose a la ventana.
Las muñecas, que hasta ese momento estaban guardando silencio, se miraron entre sí y la más viejita, la muñeca llamada Doña Tula, decidió hablar.
"¡Hola, niña! Nosotras estamos aquí esperando a que alguien nos quiera. La gente nos cree aterradoras por nuestra apariencia, pero cada una de nosotras tiene una historia que contar." - dijo Doña Tula con voz temblorosa.
"¡Pero están tan solas! ¿Cómo puedo ayudarlas?" - respondió Clara con la mirada llena de compasión.
"Te prometemos que si nos adoptas, te haremos reír y te contaremos las historias más divertidas" - agregó otra muñeca, cuyo nombre era Canela.
Clara sintió que su corazón latía más rápido. No podía creer que las muñecas hablaran, y menos que estuvieran deseando encontrar una casa.
"¡Las llevaré conmigo!" - exclamó. Sin pensarlo dos veces, decidió entrar a la juguetería y, después de conversar con el dueño, logró adoptarlas.
Ya en su casa, Clara se dio cuenta de que cada muñeca tenía su propia personalidad. Doña Tula era sabia, Canela era muy juguetona, y las gemelitas, Lila y Lala, adoraban hacer travesuras.
Una tarde, mientras Clara y sus muñecas jugaban, algo raro sucedió.
"¡Clara, Clara!" - gritó Lala emocionada. "Vamos al parque y hagamos un picnic gigante. La gente no sabe cuánto podemos divertirles."
Clara pensó que sería una gran idea, pero también se preocupó.
"Pero… y si la gente nos ve y se asusta como lo hacía antes?" - preguntó insegura.
"¡No te preocupes!" - aseguró Doña Tula. "Hoy es el día de mostrarles lo que realmente somos."
Así que, armadas de bocadillos y buenas energías, partieron rumbo al parque. Al principio, las miradas fueron de asombro y miedo, pero Clara se armó de valor y dio el primer paso.
"¡Hola, chicos! Somos Clara y las muñecas de la felicidad. Hoy invitamos a todos a unirse a nuestro picnic. ¡Ven a jugar!"
Los niños comenzaron a acercarse con cautela, y al notar el ambiente alegre y divertido, se dejaron llevar. De pronto, empezaron a reír, a jugar a la pelota, y las muñecas contaban historias que hacían a todos reír a carcajadas.
Una vez más, Clara se preocupó.
"¿Y si al final del día se asustan de nuevo?" - le dijo a Doña Tula.
"Hoy hemos demostrado que no somos solo muñecas, somos amigas que generan alegría. Lo importante es compartir nuestra esencia.”
Cuando la tarde fue desvaneciendo, más y más niños se unieron al picnic.
"¡Fue el mejor día de nuestras vidas!" - gritó Canela feliz.
Al finalizar el día, las muñecas habían conquistado los corazones de todos en el parque. Desde entonces, ya no eran consideradas 'las muñecas de terror', sino 'las muñecas de la felicidad'.
Y así, Clara y sus muñecas vivieron aventuras increíbles, aprendiendo que cada uno tiene su propia belleza y que lo más importante es lo que llevamos en el corazón. Nunca es tarde para cambiar la opinión de los demás, siempre que actuemos con amor y amistad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.