Las Nieblas Turbias del Pueblo
Era una vez un pequeño pueblo llamado Niebla Vieja, donde los días eran siempre soleados y los niños jugaban felices en la plaza. Sin embargo, un día, las cosas cambiaron. Una espesa niebla comenzó a descender sobre el pueblo, envolviendo todo en un manto gris y misterioso.
La niebla no era como cualquier otra. Era turbina y parecía que susurraba entre sí las cosas que mantenía ocultas. Nadie podía ver a más de un metro de distancia. Los niños, llenos de curiosidad, se preguntaban qué habría más allá de la niebla.
- “¿Por qué está aquí esta niebla tan rara? ” - preguntó Sofía, una niña de ojos brillantes.
- “No lo sé, pero me gustaría explorarlo” - respondió Tomás, su amigo, que siempre estaba listo para una aventura.
Decididos a descubrir el misterio, Sofía y Tomás hicieron un plan. Se armaron con linternas y se prepararon para adentrarse en la niebla. Se despidieron de sus padres, quienes les advirtieron que tuvieran cuidado.
- “Escuchen, chicos, la niebla puede ser peligrosa” - dijo la mamá de Sofía, preocupada.
- “No te preocupes, mamá, volveremos pronto” - prometió Sofía un poco nerviosa, pero entusiasmada por la aventura.
Mientras avanzaban, la niebla se hacía más espesa y comenzó a susurrar cosas extrañas: palabras que no podían entender y ruidos que parecían venir de todas partes. Pasaron por la plaza, la escuela y la tienda del pueblo, todo oculto por la niebla como si quisiera protegerlo.
De repente, escucharon un grito débil.
- “¿Alguien está ahí? ” - gritó Tomás.
- “Sí, por favor, ayúdenme! ” - respondió una voz asustada.
Los amigos se acercaron con cautela y descubrieron a un pequeño gato atrapado en una caja vieja, cubierto por la niebla.
- “¡Pobrecito! ¡Vamos a ayudarlo! ” - exclamó Sofía, y sin pensarlo dos veces, levantó la tapa de la caja.
El gato, agradecido, se frotó contra sus piernas y maulló de alegría. Pero, ¿dónde estaba su dueña? La niebla parecía llamar a Sofía y Tomás a seguir explorando.
- “Tal vez la dueña del gato esté cerca. ¡Vamos a buscarla! ” - dijo Tomás, decidido a ayudar.
Continuaron caminando, guiados por el sonido de suaves lamentos. Al llegar a un rincón del pueblo, vieron a una niña que lloraba muy afligida.
- “¿Por qué lloras? ” - le preguntó Sofía.
- “He perdido a mi gato, mi nombre es Clara.”
Clara miró a Sofía y Tomás, con los ojos llenos de lágrimas.
- “Estaba tan asustada, pensé que nunca lo volvería a ver.”
Sofía sonrió y levantó al pequeño gato en sus brazos.
- “Aquí está tu gato, se había quedado atrapado. No te preocupes, está a salvo.”
- “¡Gracias, gracias! ” - exclamó Clara, mientras abrazaba a su gato, - “¿Cómo lo encontraron? ”
Los tres niños se hicieron amigos y se sintieron mejor al encontrar no solo un gato, sino también una nueva amiga. Juntos, decidieron seguir explorando la niebla brillando sus linternas, ahora un poco más seguros.
Pero lo que no sabían era que la niebla empezaba a despejarse poco a poco, revelando colores y formas que antes parecían perdidas. Cuanto más se reían y jugaban, más clara se volvía la niebla. Sofía recordó lo que su papá siempre decía: “La amistad y la alegría pueden disipar hasta la niebla más espesa”. Fue así como las risas y el juego empezaron a desvanecer la niebla turbia en Niebla Vieja.
Al final del día, cuando la niebla se disipó totalmente, el pueblo resplandecía con los colores vivos del sol. Sofía, Tomás y Clara se miraron satisfechos.
- “Hicimos más que solo despejar la niebla. Encontramos amigos en el camino” - dijo Tomás, lleno de felicidad.
- “Y el gato tuvo suerte de tenernos a nosotros” - agregó Sofía, acariciando al pequeño gato.
Desde ese día, los tres amigos aprendieron que, a veces, el miedo a lo desconocido puede ser superado con un poco de valentía, mucha curiosidad y el poder de la amistad. Y aunque Niebla Vieja todavía veía nieblas de vez en cuando, ellos siempre sabrían cómo enfrentarlas juntos.
Y así, el pueblo nunca volvió a tener miedo de las nieblas turbias, sino que las recibía con sonrisas y juegos.
FIN.