Las Normas Mágicas del Laboratorio de Computación



Era un día soleado en el Colegio San Pedro, y los alumnos de primer grado estaban ansiosos por entrar al laboratorio de computación. La profesora Luz, con su cabello rizado y una gran sonrisa, les aguardaba en la puerta.

"¡Hola, chicos! Hoy vamos a aprender algo muy importante sobre cómo usar el laboratorio de computación", dijo la profesora Luz.

Los estudiantes, llenos de energía, respondieron al unísono:

"¡Sí! ¡Queremos aprender!"

"Bien, antes de empezar a navegar en el mundo digital, necesito que presten atención a las normas mágicas que nos ayudarán a disfrutar de nuestra clase y a cuidarnos entre todos", explicó Luz.

Los niños se acomodaron en sus sillas, listos para escuchar.

"Primero, la regla más importante: ¡respetar la computadora!" La profesora hizo una pausa. "¿Alguien puede decirme por qué es importante tratar bien a las computadoras?"

Una pequeña levantó la mano con emoción:

"Porque son nuestras amigas, y si las rompemos no podremos jugar más."

"¡Exactamente! Las computadoras son herramientas valiosas que necesitamos cuidar. Ahora, la segunda norma: ¡levantar la mano antes de hablar! No queremos que todos hablen al mismo tiempo, ¿verdad?"

"¡Sí, profesora!" gritaron todos.

De repente, un alumno llamado Lucas, muy curioso, preguntó:

"¿Y si queremos preguntar algo de inmediato?"

"Buena pregunta, Lucas. Si tienes algo muy importante que contar, puedes acercarte a mí mientras los demás siguen trabajando. Pero, ¿qué pasa si todos corren y hablan al mismo tiempo?"

Los niños miraron a Luz, pero fue Sofía quien respondió:

"¡Se hace un gran desorden!"

"Exactamente. Así que es mejor que levantemos la mano. Ahora, la tercera norma: ¡nada de comer ni beber!"

"¿Por qué no, profesora?" preguntó Mateo, mientras se pasaba la mano por la barriga.

"Porque la comida puede caer en el teclado y hacer que se rompa. Queremos que todo funcione bien, ¿verdad?"

"Síí!" dijeron todos juntos.

Luz, entusiasmada, continuó:

"La cuarta norma es que siempre debemos cerrar los programas que no estamos usando. Más tarde, cuando queramos trabajar con ellos, nos costará más encontrarlo si dejamos todo abierto."

De repente, Ana, una niña muy imaginativa dijo:

"¡Professora! ¿Y si al cerrar las computadoras, se escapan hasta el cielo y se transforman en estrellas?"

Todos rieron ante la ocurrencia.

"¡Eso sería divertido, Ana! Pero nuestras computadoras deben permanecer aquí, listas para el próximo uso. Y para finalizar, la última norma: ¡siempre pedir ayuda si no sabemos algo!"

Lucas levantó su mano de nuevo:

"¿Qué pasa si perdemos un archivo?"

"¡Buena pregunta! Debemos aprender a guardar nuestro trabajo en la nube. Así, si algo pasa, no lo perderemos."

Los niños estaban entusiasmados y listos para la práctica. La profesora Luz les mostró cómo encender sus computadoras y todos estaban muy emocionados.

"Recuerden, todo lo que hagan hoy tiene que ser divertido, pero también seguro. ¡A trabajar!"

Con esas palabras, los niños comenzaron a teclear en sus computadoras. Se escuchaba el sonido de las risas y la creatividad fluyendo por todo el laboratorio. Pero de repente, una computadora se congeló y no respondía. Todos se miraron alarmados.

"¡Ay, no!" exclamó Mateo.

"No se preocupen, chicos. Siguiendo nuestras normas mágicas, sólo tienen que levantar la mano y pedir ayuda", dijo Luz con calma.

Lucas levantó la mano repetidamente:

"¡Profesora Luz! No sé qué pasó, la computadora de Mateo está bloqueada."

La profesora se acercó, tomó la computadora y, con mucha calma, le explicó:

"A veces, las computadoras se sienten un poco cansadas. Les podemos dar un descanso. ¡Simplemente la reiniciamos!"

Después de reiniciar, la computadora funcionó como nueva. Todos aplaudieron y rieron aliviados.

"¡Son unas genias las normas mágicas!" dijo Sofía.

La clase siguió llena de creatividad y diversión. Al terminar, Luz les pidió que compartieran lo que habían aprendido.

"Hoy, ¡trabajamos juntos y aprendimos a cuidar nuestro laboratorio!" dijo Mateo.

"¡Y siempre pidamos ayuda!" añadió Ana.

Al final del día, La profesora Luz sonrió llena de orgullo. Había enseñado más que normas; había hecho que esos pequeños se sintieran seguros y felices al usar herramientas que abrirían un mundo de posibilidades para ellos.

Y así, el laboratorio de computación se volvió un lugar mágico donde, gracias a las normas y la profesora Luz, todos aprendieron y jugaron juntos, explorando un universo lleno de nuevos conocimientos.

FIN.

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