Las Notas Mágicas de Pablo



Era un día soleado en el instituto de artes, y todos los alumnos estaban emocionados por su primera clase de violín. Cuando entraron al aula de música, un aire especial los envolvió: las paredes estaban cubiertas de partituras coloridas y el aroma de madera pulida llenaba el ambiente. Allí estaba Pablo, el profesor de violín, con una gran sonrisa y su violín al hombro.

"¡Hola, chicos! Bienvenidos a la clase más mágica de todas: la clase de violín", dijo Pablo entusiasta.

Los alumnos lo miraban con ojos curiosos. Algunos se preguntaban si realmente lograrían tocar como los músicos que veían en la televisión.

"Hoy quiero hablarles sobre algo muy importante: la motivación. Cada uno de ustedes tiene un talento único, y mi trabajo es ayudarlos a descubrirlo", explicó Pablo mientras se sentaba en su silla.

Sofía, una niña con trenzas y un brillo de determinación en sus ojos, levantó la mano y preguntó:

"¿Y si siento que nunca voy a poder tocar bien?"

"Es normal tener dudas, Sofía. La clave está en disfrutar el proceso y tener paciencia contigo misma. Todos aprendemos a nuestro ritmo", respondió Pablo con confianza.

En ese momento, un nuevo alumno, Fernando, ingresó al aula. Se notaba que estaba nervioso; su violín parecía mucho más grande que él.

"Hola, soy Fernando. Me gustaría intentar tocar, pero no creo que sirva para esto", dijo con un susurro.

"¿Y cómo sabes eso antes de comenzar?", interrogó Pablo con una sonrisa amable.

Fernando se encogió de hombros, sin saber qué responder.

"Te propongo un trato, Fernando. Vamos a trabajar juntos, y si en un mes aún piensas lo mismo, lo discutiremos de nuevo", sugirió Pablo, lleno de optimismo.

Fernando miró a su alrededor, vio a sus compañeros sonriendo y pensó que tal vez valía la pena intentarlo. La clase comenzó a tocar algunas notas, y aunque al principio sonaban un poco desafinadas, pronto se convirtieron en melodías encantadoras.

Pablo enfatizaba la importancia de mantener una actitud positiva y motivada.

Pasaron dos semanas, y cada uno de los alumnos comenzó a mejorar. Sofía tocaba cada vez más confiada, mientras Fernando seguía esforzándose en cada ensayo. Sin embargo, un día, Fernando se asomó a la puerta con una mueca de desánimo.

"Pablo, ya no quiero seguir. Mis dedos no son lo suficientemente rápidos y creo que no puedo hacerlo", dijo, angustiado.

Pablo lo miró y le dijo,

"Fernando, ven, siéntate un momento. ¿Te gustaría escuchar algo que escribí para ti?"

Fernando se sentó, intrigado. Pablo tomó su violín y empezó a tocar una melodía suave, llena de matices y armonías.

"Esto es solo el comienzo. Lo que toques es una parte de ti, y cada error que cometes es simplemente un paso hacia el aprendizaje. Estoy aquí para guiarte. Lo importante es nunca rendirse", declaró Pablo con firmeza.

Fernando sintió que su corazón se llenaba de esperanza, y decidió dar un último esfuerzo. Trabajaron juntos, y con cada ensayo, se fue sintiendo más seguro.

Finalmente, llegó el día del recital. Todos estaban nerviosos, pero emocionados por mostrar lo que habían aprendido.

Cuando fue el turno de Fernando, miró a Pablo, quien le sonrió con aprobación.

El niño tomó una profunda respiración, recordó las palabras de su profesor y comenzó a tocar. La música llenó el aula, y en ese instante, la magia sucedió. No solo sonó bien, sino que su emoción y esfuerzo se hicieron música. Cuando terminó, el auditorio estalló en aplausos.

"¡Lo hiciste, Fernando! ¡Estoy tan orgulloso de ti!", grita Pablo.

Fernando sonrió, sintiendo la satisfacción de haber superado sus miedos.

Desde ese día, el aula de música se convirtió en un lugar donde los sueños de cada alumno florecían. Pablo continuó enseñando que si uno se esfuerza y elige creer, puede lograr lo que se proponga. Y así, con cada nota tocada, generaron una sinfonía de valor y autoconfianza.

FIN.

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