Las Nubes de Algodón de Azúcar



Era un caluroso día de verano en el pequeño pueblo de Dulcinea, un lugar olvidado por el tiempo, donde los días transcurrían placenteros y alegres. El sol brillaba en su máximo esplendor y las casas pintadas de colores parecían reírse bajo su luz. Sin embargo, algo inusual comenzó a suceder en el cielo.

Las nubes, que por lo general eran blancas y esponjosas, habían tomado un tono rosado y esponjoso, como si fueran enormes trozos de algodón de azúcar. El aire olía a dulzura, y los niños del pueblo corrían a jugar al aire libre, sintiendo la energía del verano.

De repente, Jaime, un niño curioso y aventurero, miró al horizonte y vio algo extraño. Las nubes rosadas empezaron a moverse rápidamente, y en cuestión de minutos, un fantástico torrente de lluvia empezó a caer. Pero esta no era una lluvia común, era una lluvia de pequeños cristales de caramelo que relucían al sol.

"¡Miren! ¡Es lluvia de caramelos!" - gritó Jaime, saltando de alegría.

Los demás niños corrieron hacia el exterior, con recipientes y manos abiertas, dispuestos a recolectar los deliciosos caramelos que parecían caer del cielo.

"¡Rápido, atrapen la lluvia!" - dijo Clara, una de sus amigas, mientras intentaba llenar su sombrero con los dulces.

De repente, una voz muy amistosa interrumpió su juego. Era Doña Chocotina, la anciana del pueblo, famosa por sus maravillosos postres.

"¡Niños, esperen!" - gritó con una sonrisa. "No pueden comer caramelos de la lluvia sin saber si son seguros."

Los niños se detuvieron, intrigados por lo que decía Doña Chocotina.

"¿Por qué no son seguros?" - preguntó Tomás, el más pequeño del grupo, con sus ojos redondos como bombones.

"La naturaleza a veces nos sorprende con estas maravillas, pero no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que sabe dulce es bueno para nosotros. Debemos aprender a cuidar lo que nos da la tierra y a diferenciar lo que es delicioso de lo que podría hacernos daño." - explicó ella, acariciándose la canosa cabellera.

Los niños la miraron con atención, y luego se sintieron a la vez decepcionados y sabios. Doña Chocotina les mostró cómo hacer un experimento con la lluvia de caramelos: realizaron una prueba con agua y azúcar, y después compararon las propiedades de diferentes caramelos.

"¡Eso es!" - exclamó Clara. "Podemos hacer nuestros propios caramelos y asegurarnos de que sean saludables. ¡Incluso podríamos hacer una feria de dulces naturales!"

Los ojos de los niños brillaron con entusiasmo. Decidieron unir sus talentos: unos se encargarían de traicionar libros de recetas, otros de recolectar ingredientes frescos del campo, y algunos se ocuparían de preparar invitaciones coloridas para la gran feria.

Con la ayuda de Doña Chocotina, los niños empezaron a trabajar en su nuevo proyecto. Aprendieron sobre frutas, especias y la importancia de un alimento equilibrado. Hicieron caramelos de fruta fresca, helados de yogur y tortas con chocolate negro. Se convirtió en una verdadera fiesta de sabor y color.

Finalmente, el día de la feria llegó. Dulcinea se vistió de gala, con banderitas y risas por todas partes. Todos los habitantes del pueblo fueron invitados a probar los dulces naturales que los niños habían preparado con tanto amor.

"¿Cuántos años te tomó hacer todo esto?" - le preguntó un vecino a Jaime.

"Un día lloviendo caramelos y otro día llenos de ideas para cuidar de nuestro pueblo de manera más dulce." - respondió el niño con una enorme sonrisa.

La feria fue un éxito rotundo; todos felices probando los caramelos, disfrutando de la música y jugando. Desde aquel verano mágico, el pueblo de Dulcinea no solo se llenó de risas y dulzuras, sino que también aprendió a cuidar de su entorno y de sus cuerpos de una manera divertida.

Y aunque el verano se despidió y las nubes de algodón de azúcar se fueron, el espíritu de aventura y aprendizaje quedó siempre en el corazón de los pequeños habitantes de Dulcinea, recordándoles que, a veces, las lluvias inesperadas traen grandes lecciones.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!