Las orejas mágicas de Pancho y Mateo



Había una vez un burro llamado Pancho que vivía en una hermosa granja en la provincia de Buenos Aires, Argentina.

Pancho era un burro muy simpático y amable, pero lo que más le gustaba hacer era jugar con sus orejas largas y peludas. Un día, mientras Pancho saltaba y brincaba por el campo, su pequeño hijo Mateo se acercó corriendo hacia él.

Mateo también tenía unas orejas largas y peludas como las de su padre, pero aún no sabía cómo jugar con ellas. "Mira papá", exclamó Mateo emocionado. "¿Cómo haces para mover tus orejas tan rápido?"Pancho sonrió y respondió: "Es muy fácil, hijo. Solo tienes que concentrarte y pensar en moverlas".

Mateo intentó imitar a su padre moviendo las orejas, pero no lograba hacerlo correctamente. Se sentía frustrado. "No te preocupes", dijo Pancho tranquilamente. "Todos aprendemos a nuestro propio ritmo".

Decidido a ayudar a su hijo a aprender esta divertida habilidad, Pancho ideó un plan especial. Esa noche mientras todos dormían en la granja, Pancho se acercó sigilosamente al establo donde guardaban las herramientas de jardín.

Allí encontró varios hilos coloridos y brillantes que los dueños de la granja utilizaban para atar las plantas trepadoras. Con mucho cuidado tomó uno de los hilos más largos y volvió al campo. A la mañana siguiente cuando Mateo despertó, vio sorprendido cómo su padre tenía un hilo atado en cada una de sus orejas.

"¡Papá! ¿Qué es eso?", preguntó Mateo emocionado. Pancho sonrió y respondió: "Es una sorpresa, hijo. Con estos hilos podrás mover tus orejas más fácilmente".

Mateo estaba ansioso por probarlo, así que Pancho le enseñó cómo sujetar los hilos con sus pezuñas y cómo mover las orejas para que el hilo se balanceara de un lado a otro. "¡Mira, papá! ¡Lo estoy haciendo!", exclamó Mateo mientras movía sus orejas orgullosamente.

Padre e hijo pasaron horas jugando con sus orejas y riendo juntos en el campo. Los demás animales de la granja los observaban maravillados, deseando poder unirse a la diversión.

Sin embargo, cuando llegó la hora de regresar al establo, Mateo sintió tristeza porque tendría que quitarse los hilos de las orejas. "No te preocupes, hijo", consoló Pancho. "Las habilidades que aprendemos en el juego no desaparecen cuando dejamos de jugar. Siempre podrás mover tus orejas sin ayuda".

Y así fue como Mateo descubrió que había desarrollado la habilidad de mover sus orejas gracias al tiempo divertido que pasó con su padre. Desde aquel día en adelante, Pancho y Mateo compartieron muchos momentos especiales jugando con sus largas y peludas orejas.

Juntos aprendieron a saltar obstáculos utilizando solo sus oídos y a comunicarse entre ellos sin decir una palabra. La granja se llenó de risas y alegría gracias a este dúo inseparable.

Y aunque Pancho ya no estaba atado con hilos coloridos en las orejas, siempre recordaría aquel día en que enseñó a su hijo a mover las orejas y descubrieron juntos el poder del juego y el amor familiar. Fin.

FIN.

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