Las palabras de Juan
Era un día soleado en la ciudad de Buenos Aires, y Juan, un niño de siete años con una sonrisa radiante, se sentaba en el jardín de su casa. Su papá, el Sr. Gómez, lo observaba desde la ventana con una mezcla de admiración y preocupación. Juan siempre había sido un niño especial, con un mundo propio lleno de colores y juegos. Pero a veces, le costaba mucho comunicarse, y su papá se preguntaba cómo ayudarlo.
-Voy a buscar un libro en la biblioteca, papá -dijo Juan, señalando hacia la puerta.
El Sr. Gómez sonrió, pero notó que Juan no decía palabras tan fácilmente como otros niños.
-Sí, hijo, ¿qué libro querés buscar? -preguntó, tratando de ayudarlo.
-¡Ese del dragón! -exclamó Juan, muy entusiasta mientras hacía gestos con las manos.
El Sr. Gómez quería que Juan pudiera expresar sus pensamientos con más claridad. Así que decidió que era hora de buscar maneras de ayudarlo a desarrollar su lenguaje.
Días después, el Sr. Gómez se sentó con Juan en el jardín y comenzó a explicarle un poco sobre el cerebro.
-Mirá, Juan -dijo el padre señalando un dibujo en un papel-, aquí está el cerebro. Es como un faro que ilumina las palabras. A medida que vas creciendo, las conexiones en tu cerebro se hacen fuertes, como sogas que unen tus ideas.
Juan miró fijamente el dibujo, intrigado por la comparación.
-¿Sogas? -preguntó, tratando de entender.
-Sí, como las sogas de un barco -continuó el padre-. Cada vez que aprendés algo nuevo, una nueva soga se forma en tu cerebro. Cuando jugás y hablás, estás ayudando a que esas sogas sean más fuertes.
-Entonces, yo tengo que jugar más -dijo Juan, sonriendo.
-Exacto -asintió el Sr. Gómez-. Pero también podemos practicar conversaciones. ¿Qué tal si inventamos historias juntos?
Esa tarde, comenzaron su aventura en el mundo de las historias. Crearon un personaje llamado —"Rayo" , un dragón que soñaba con volar alto en el cielo. Cada día, el papá le hacía preguntas a Juan sobre Rayo.
-Si Rayo tuviera un amigo, ¿quién sería? -preguntaba el Sr. Gómez.
-Hmm... ¡Una tortuga! -respondió Juan, emocionado por la idea.
-Pero, ¿por qué una tortuga? -insistió su padre, queriendo que Juan explicara más.
-Porque... porque es lenta, pero vuela con su cabeza -dijo Juan, intentando conectar sus ideas.
El padre sonrió al escuchar la respuesta de su hijo. Esa era una conexión brillante.
Con el tiempo, las historias se volvieron más elaboradas y las sogas de palabras en la mente de Juan comenzaron a hacerse más fuertes. Sin darse cuenta, cada conversación se convirtió en un juego donde Juan podía expresar su imaginación.
Un día, mientras jugaban, Juan miró al cielo y dijo:
-Papá, Rayo tiene que buscar su hogar.
-¿Y dónde está su hogar? -preguntó el Sr. Gómez.
-En las nubes, con otros dragones -respondió Juan, un poco más seguro.
Esa respuesta iluminó el rostro del Sr. Gómez.
-Veo que nuestra historia se vuelve más grande, Juan -dijo, sintiendo que el niño estaba avanzando.
-Juntos, lo hacemos -afirmó Juan, orgulloso.
A partir de ese día, el Sr. Gómez continuó explorando nuevos juegos que favorecieran el lenguaje. Jugaban a hacer sonidos de animales, a contar chistes entre ellos e incluso se disfrazaban de personajes de cuentos.
Con cada risa, cada sonido y cada palabra, Juan empezó a ver cómo se formaban las sogas en su cabeza como un arco iris que conectaba su mente con el mundo. Su lenguaje floreció como un jardín lleno de flores vibrantes.
Hasta que un día, mientras compartían la historia sobre Rayo, Juan exclamó:
-Y Rayo se convierte en el rey de los dragones porque nunca deja de aprender.
-¡Eso es increíble, Juan! -dijo su padre con entusiasmo.
En ese instante, el Sr. Gómez entendió que cada pequeña palabra de su hijo era un triunfo. La conexión que habían formado juntos había permitido que Juan no solo creciera en lenguaje, sino que también se sintiera orgulloso de su propia historia.
Desde entonces, el padre y el hijo compartieron muchas más historias, y con cada historia, Juan se volvió un maestro de su propio lenguaje, emocionándose al ver cómo se formaba su mundo con palabras. Al final, lo que parecía un desafío se convirtió en una hermosa aventura llena de amor, aprendizaje y conexión.
Y así, Juan aprendió que las palabras, como las sogas, podían unir su universo con el de los demás, y su voz brilló como un faro en el cielo de su vida.
Fin.
FIN.