Las Palabras de Juan



Un día soleado en un pequeño barrio de Buenos Aires, Juan, un niño de siete años con un gran corazón y una curiosidad infinita, jugaba en la plaza. Su padre, don Miguel, lo observaba desde una banca cercana. Juan a menudo tenía dificultades para expresarse y a veces se sentía frustrado cuando las palabras no fluían como en los cuentos que escuchaba.

"Papá, ¿por qué las palabras son a veces tan escurridizas?" - le preguntó Juan, mirando el cielo.

Don Miguel sonrió. Sabía que, en el fondo, su hijo era un pequeño filósofo. Se acercó a él y se sentó a su lado.

"¿Sabés, Juan? Tu cerebro es como una gran ciudad llena de caminos y puentes. A veces, algunos de esos caminos necesitan un poco más de trabajo para que las palabras puedan llegar a destino. Pero eso está bien. Todos aprendemos a nuestro tiempo."

Intrigado, Juan lo miró con curiosidad.

"¿Cómo se hacen las palabras, papá?"

Don Miguel pensó un momento y decidió que era hora de explicar de una forma especial.

"Imaginá que cada vez que decís una palabra, construís un puente hacia esa palabra. Cuantas más veces la usás, más fuerte se hace el puente. Y a veces, los puentes necesitan un poco de ayuda. Como cuando hay obras en la calle y tardan un tiempo más en terminar. Siempre podemos hacer que esos puentes sean más fuertes, solo hay que practicar. ¿Te gustaría hacer un proyecto juntos?"

"¡Sí!" exclamó Juan entusiasmado.

Así, padre e hijo decidieron que cada tarde construirían un nuevo puente. Al volver a casa, don Miguel llenó la mesa de papeles, lápices de colores y libros. Cada día, elegirían una palabra que les gustara. A través de juegos, dibujos y cuentos, comenzarían a crear conexiones. Un día fue —"gato" , otro —"estrella"  y así sucesivamente.

Cada vez que Juan repetía la palabra, el puente se hacía más sólido. Después de unos días, notó que podía usar más palabras en sus conversaciones.

"Papá, hoy vi un gato muy divertido en el parque. Hacía saltos raros" - dijo una tarde, y su cara se iluminó.

Don Miguel sintió una gran alegría al escuchar a su hijo.

"¡Eso fue genial, Juan! ¿Podés contarme más cosas sobre esos saltos?"

Los días fueron avanzando y Juan empezó a sentirse más confiado. Sin embargo, un día, al llegar al parque, encontró a algunos niños jugando en la cancha. Se acercó para unirse, pero se sintió inseguro.

"Papá, ¿y si no me entienden?"

Don Miguel se agachó a su altura y le respondió con ternura.

"A veces, la gente también necesita tiempo para escuchar. Las conexiones más importantes no solo se hacen con las palabras que decimos, sino también con los sentimientos que compartimos. ¿Qué tal si en lugar de hablar, empezás mostrándoles cómo patear la pelota?"

Juan iluminó su rostro.

"¡Buena idea!"

Y así fue como Juan logró conectar con esos niños, enseñándoles a jugar. Rápidamente, sus palabras comenzaron a brotar.

Al final del día, cuando regresaron a casa, don Miguel preguntó:

"¿Cómo te sentiste hoy, Juan?"

"¡Fantástico! Las palabras vinieron más rápido cuando sonreía y jugaba con ellos. Fue como construir más puentes de alegría" - respondió el niño con entusiasmo.

Sucediendo el tiempo, este esfuerzo conjunto cimentó una maravillosa amistad entre padre e hijo. Cada vez que Juan las palabras se sentían esquivas, solo recordaba que estaban construyendo caminos en su cabeza, haciendo que su viaje fuera aún más dulce.

"Mañana más palabras, papá. ¡Vamos por más puentes!" - dijo Juan sonriendo.

Y así continuaron sus días, aprendiendo, riendo y construyendo caminos de conexión, dejando claro que cada palabra dicha era un pequeño triunfo, un puente más en su viaje a la comunicación.

Y así, Juan, con cada palabra que decía, iluminaba no solo su mundo, sino también el de aquellos que escuchaban su historia.

FIN.

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