Las palabras de Samira
Era un día soleado en el barrio y Samira caminaba feliz de la mano de su mamá rumbo a la escuela. Tenía su mochila llena de colores y un cuaderno nuevo, listo para ser llenado de dibujos y letras. Sin embargo, Samira sentía un nudo en la garganta cada vez que pensaba en lo que pasaría al entrar al aula.
- Mamá, ¿puedo quedarme en casa hoy? - le preguntó con una voz tan suave que casi no la oyó.
- Samira, hoy es un día especial, ¿te acuerdas? - le dijo su mamá mientras acariciaba su cabello. - Vienen los amigos de la escuela para presentarte un nuevo juego.
Samira asintió con la cabeza, pero la ansiedad la invadía. En su casa, podía hablar y reír sin problemas, pero en la escuela, todo era distinto. Al llegar, saludó a su maestra, la señorita Clara, que la recibió con una sonrisa.
- ¡Hola, Samira! Hoy vamos a jugar un juego nuevo. ¿Estás lista? - le preguntó la señorita Clara esperando una respuesta que nunca llegó.
Samira solo sonrió, pero no dijo nada. Cuando entró al aula, vio a sus compañeros jugando, riendo y conversando. Ella quería unirse, pero las palabras parecían atrapadas dentro de su boca. Entonces, se sentó en un rincón y comenzó a dibujar en su cuaderno.
Durante los días siguientes, Samira observó a sus compañeros a través de su dibujo. Les veía correr, jugar a las escondidas y compartir secretos. Cada vez que alguien intentaba hablarle, se sentía más pequeña y más silenciosa.
- ¿Por qué no me hablas, Samira? - le preguntó un día Luna, una niña que siempre era muy amigable. - ¿No quieres jugar?
- Samira sólo sonrió y se encogió de hombros.
Sin embargo, algo comenzó a cambiar. Un día, mientras todos estaban en el recreo, Luna se sentó junto a Samira.
- Dos cosas muy raras pasan en los recreos: que casi nunca se comparte el snack y que no hay un buen juego de palabras. Pero yo tengo una idea - dijo Luna con un tono alegre. - ¿Qué te parece si hacemos una búsqueda del tesoro usando dibujos?
Samira miró a Luna con sorpresa. La idea le encantaba, pero aún sentía el miedo de hablar. Sin embargo, decidió que era un buen momento para probar.
- ¿Cómo... cómo se juega? - murmuró con voz temblorosa.
- ¡Eso es! ¡Lo lograste! - exclamó Luna saltando de alegría. - Muy fácil, solo hay que dibujar pistas y esconderlas en el patio. ¡Podemos hacerlo juntas!
Samira, llena de emoción, se puso a dibujar pistas junto a Luna. Mientras trabajaban en equipo, se sintió más cómoda y segura.
Esa semana, la clase tuvo su búsqueda del tesoro. Cuando llegó el momento, todos estaban ansiosos. Samira se paró al lado de Luna mientras le entregó las primeras pistas a sus compañeros.
- Samira, ¿puedes dar las instrucciones? - le pidió Luna, viendo cómo Susana, otro compañerito, se preguntaba cómo avanzar.
Samira sintió el nudo en la garganta, pero miró a todos sus compañeros sonrientes y tomó aire.
- Primero... tenemos que buscar detrás de... las árboles - dijo frunciendo el ceño, pero escuchándose muy segura.
Todos comenzaron a correr, y Samira sintió cómo el miedo se desvanecía en el aire. Comenzaron a encontrar los dibujos que había hecho, un dragón, un árbol y hasta un gato que corría por el jardín. Samira sonrió al notar lo divertido que era ver a sus compañeros contentos por sus pistas.
Después de terminar la búsqueda del tesoro, la señorita Clara se acercó a la niña.
- Samira, lo hiciste muy bien. Gracias a ti, todos se divirtieron un montón. - le dijo la maestra orgullosa.
- Samira se ruborizó y sonrió, sintiendo que muchas palabras empezaban a fluir nuevamente.
Esa tarde, mientras regresaba a casa, Samira sentía un brillo en su corazón. Hablaba cada vez más en la escuela, no solo con Luna, sino con sus otros compañeros también. Al llegar a casa, le contó a su mamá todo sobre el juego y cómo pudo hablar en el recreo.
- ¡Lo hiciste genial, Samira! - dijo su mamá abrazándola. - Me alegra que te sientas cómoda con tus compañeros.
Con cada día que pasaba, Samira se sentía más segura. Empezó a contar chistes, a participar en juegos y a compartir risas, comprendiendo que no había nada de malo en su modo de ser, y que sus palabras podían fluir como un río.
Al final del año, Samira fue parte de un proyecto escolar donde todos debían presentar algo que les apasionara. Al llegar su turno, se levantó decidida.
- Hoy quiero mostrarles a todos mis dibujos. Cada uno tiene una historia - dijo, mirándolos a los ojos, sorprendiendo a todos en el aula.
La sala estalló en aplausos, y por primera vez la voz de Samira resonó como un eco en todos sus corazones.
- ¡Bravo, Samira! - gritó Luna al final.
Samira sonrió con felicidad, entendiendo que a veces las palabras pueden estar ocultas, pero solo con un poco de confianza se pueden encontrar. Y así, la niña que no hablaba, se volvió la voz de su aula y el cielo se llenó de colores y risas.
Y desde ese día, Samira supo que cada una de sus palabras tenía un lugar, ya sea en su hogar o en el colegio. Había encontrado su voz, y con ella, un mundo lleno de amigos y aventuras esperando ser descubiertas.
FIN.