Las Palabras Mágicas de la Amistad
En la escuela del barrio, había tres niñas muy especiales: Sofía, Valentina y Julieta. Cada recreo, llevaban sus riquísimos refrigerios y compartían entre ellas. Pero, aunque eran amigas, había algo que les faltaba: su grupo de amigos no se mezclaba con los demás.
Un día soleado, mientras se sentaban a disfrutar de sus galletitas, vieron a cinco chicos jugando a la pelota. Se llamaban Felipe, Diego, Mateo, Luciano y Tomás. Siempre estaban llenos de ideas para nuevos juegos, y siempre se notaba que se divertían a lo grande.
- ¡Qué divertido se ve eso! - dijo Sofía, observando desde la distancia.
- Sí, pero nunca nos invitan a jugar - agregó Valentina, un poco triste.
- ¡Yo tengo una idea! - exclamó Julieta, emocionada. - ¿Y si compartimos nuestros refrigerios con ellos? Tal vez así se nos acerquen y podamos jugar.
Las chicas, decididas a hacer algo diferente, juntaron sus galletitas, frutas y jugos y se acercaron a los chicos.
- ¡Hola! - saludó Valentina, un poco nerviosa. - Trajimos un montón de cosas ricas para compartir. ¿Quieren algún refrigerio?
Los chicos, sorprendidos pero alegres, aceptaron la invitación.
- ¡Claro! - dijo Felipe, tomando una galletita. - Esto está buenísimo.
Mientras compartían sus refrigerios, comenzaron a conversar y a reirse. Fue así como las tres amigas aprendieron que, a veces, lo único que hace falta es un gesto amable para abrir las puertas de la amistad.
- ¿Y ustedes qué hacen para divertirse? - preguntó Sofía.
Mateo, entusiasmado, dijo: - ¡Siempre tenemos ideas! Hoy, por ejemplo, jugaríamos a buscar tesoros escondidos.
- ¡Eso suena genial! - anunció Julieta. - ¿Nos dejan unírnosles?
Los chicos asintieron con entusiasmo. Pero mientras todo parecía ir perfecto, algo en el ambiente cambió. A Diego se le ocurrió hacer un comentario que tensó la atmósfera.
- Jo, pero si no son buenas jugadoras, ¿para qué las invitamos? - dijo riendo.
Las tres niñas sintieron que su entusiasmo se desvanecía. Valentina miró a sus amigas y susurró: - ¿Qué hacemos ahora?
De pronto, Julieta recordó algo que su abuela le había enseñado: “Las palabras son poderosas. A veces, todo lo que necesitas son las ‘palabras mágicas’ para cambiar la situación.”
Así que se armó de valor y, mirando a Diego a los ojos, dijo con firmeza:
- Sabemos que podemos ser buenas jugadoras, pero necesitamos que nos den una oportunidad para demostrarlo. Las palabras mágicas son por favor y gracias, y te ayudarán a sentirte bien al compartir.
Sorpresivamente, todos los niños se miraron entre sí. La sinceridad de Julieta había tocado un punto sensible.
- Tenés razón - admitió Diego, un poco avergonzado. - Perdón, fue una broma tonta.
Felipe sonrió, apoyando a su amigo: - Claro, ¡si quieren jugar, empecemos!
Las risas volvieron a llenar el aire, y juntos formaron equipos para la búsqueda del tesoro. Cuando terminaron de jugar, todos estaban cansados pero felices.
- Gracias por la idea del juego y los refrigerios - dijo Mateo, mientras uno de los chicos levantaba un pequeño premio que habían encontrado. - Ustedes son geniales.
Sofía, Valentina y Julieta sonrieron y se dieron cuenta de que no solo habían compartido su comida, sino también algo más grande: habían construido un nuevo lazo de amistad.
Desde ese día, los cinco chicos y las tres chicas se volvieron inseparables. Juntos, aprendieron la importancia de las palabras mágicas, el respeto y, sobre todo, el valor de compartir. Las sonrisas y los buenos momentos se multiplicaron dentro y fuera de la escuela.
Así fue como, gracias a un pequeño gesto y unas simples palabras, nació una hermosa amistad. Y todo comenzó con un refrigerio.
FIN.