Las Palabras Mágicas de la Plaza



Era un día soleado en la plaza del barrio. Los niños jugaban, las familias paseaban y el aroma a pasto recién cortado llenaba el aire. Yo estaba ahí, disfrutando de una tarde divertida con mi mejor amigo, Juan Marcos. Teníamos una pelota de fútbol que no paraba de rodar entre nosotros, y con cada pase, nuestras risas resonaban como música.

- ¡Pásamela! - gritó Juan Marcos, mientras corría hacia el arco improvisado que habían hecho con mochilas.

Justo cuando estaba a punto de pasarle la pelota, un hombre mayor, de mirada seria y arrugas profundas, apareció frente a nosotros. Nos miró y dijo:

- Ustedes no saben jugar. ¿Qué les pasa? ¡No son más que unos chicos aburridos!

Sus palabras cayeron como un balde de agua fría. Juan Marcos y yo nos quedamos en silencio, sintiendo que la alegría de nuestro juego se había desvanecido. Sin embargo, decidimos ignorarlo y seguimos jugando. Pero el hombre no se fue, se quedó ahí, mirando con desdén.

Cuando ya estábamos por rendirnos y dejar la pelota a un lado, una mujer que pasaba por allí notó lo que ocurría. Tenía una sonrisa cálida y un brillo especial en sus ojos.

- ¡Hola, chicos! - nos saludó con entusiasmo. - ¿Qué tal va el juego?

- Bien, pero... - empezó a decir Juan Marcos, pero la mujer lo interrumpió.

- ¡No dejen que nadie les diga que no pueden hacer algo! - exclamó. - ¡Las palabras tienen poder! Las malas pueden hacer que se sientan tristes, pero las buenas pueden sacar sonrisas. ¿Ustedes son geniales jugando, de verdad lo son!

Con cada palabra que decía, el ambiente se llenaba de luz. Empezamos a sonreír de nuevo, y por un instante, las palabras feas del hombre parecieron desvanecerse. La mujer continuó:

- ¿Quieren que les cuente un secreto?

Nosotros asintimos, fascinados.

- Hay magia en las palabras, y cada vez que alguien les dice algo cruel, es como si les dieran un reto. Ustedes pueden elegir: dejar que esas palabras les afecten o responder con palabras hermosas. ¿Qué prefieren?

Pensé por un momento.

- Responder con palabras hermosas - dije decididamente.

Juan Marcos asintió con entusiasmo.

- Bueno, entonces, ¿qué les parece si hacemos un juego de palabras al final? Por cada mal comentario que oigamos, decimos tres cosas buenas - propuso la mujer.

Así, comenzamos a jugar de nuevo. El hombre seguía cerca, pero esta vez no nos asustaba. A cada mal comentario que él hacía, nosotros contábamos nuestras cosas buenas:

- ¡Somos buenos amigos! - decía Juan Marcos.

- ¡Nos encanta jugar! - añadía yo.

- ¡Nos divertimos mucho en la plaza! - exclamaban los dos al unísono.

La mujer sonreía y nos alentaba. Era como si estábamos creando un escudo de palabras mágicas que alejaba la negatividad. El hombre, al ver que no nos afectaba, decidió marcharse murmurando.

- Mirá, ahí se fue - dijo Juan Marcos riendo. - ¡Lo logramos!

La mujer se despidió, pero no sin antes dejarnos un último consejo:

- Recuerden, chicos, el verdadero poder está en saber qué hacer con las palabras. Ustedes pueden ser los creadores de su propia historia. ¡Sigan jugando y compartiendo alegría!

Con una nueva perspectiva, continuamos nuestra tarde, sintiéndonos invencibles. Hicimos más partidos, reímos más fuerte y cada vez que alguien decía algo negativo, nosotros respondíamos con nuestras palabras mágicas.

Ese día aprendimos que, aunque a veces hay personas que no son amables, siempre podemos elegir cómo reaccionar y que hay palabras que tienen el poder de transformar nuestros días. Desde entonces, cada vez que jugamos en la plaza, recordamos a la mujer de la sonrisa mágica y sus poderosas palabras.

Y así, comenzamos una nueva tradición, eligiendo palabras dulces como golosinas, porque sabíamos que el poder de la amabilidad era más fuerte que cualquier comentario hiriente.

FIN.

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