Las palabras mágicas de María



En un pequeño pueblo llamado Flor de Cuento, vivía una niña llamada María. Era una niña de cabellos rizados y ojos brillantes que reflejaban su ternura. María era muy cariñosa y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, sin embargo, había algo que le costaba mucho: integrarse con sus compañeros.

María hablaba un poco diferente y no siempre lograba expresarse con claridad. A veces se ponía muy nerviosa y sus palabras se enredaban como hilos enredados. Por eso, cuando intentaba unirse a los juegos, se sentía un poco fuera de lugar.

Un día, en la escuela, la maestra organizó una actividad con los demás niños.

- “Hoy vamos a hacer un mural sobre la amistad”, anunció la maestra con una sonrisa.

Los compañeros de María apenas la miraron y comenzaron a hablar entre ellos.

- “No creo que pueda ayudar”, pensó María, sintiendo que su corazón se encogía.

Sin embargo, en su interior había un deseo profundo de participar. Cuando escuchó a sus amigos reírse y expresar ideas, se armó de valor y se acercó.

- “Hola… yo… quiero ayudar”, tartamudeó.

Sus compañeros, un poco sorprendidos, la miraron. Entre ellos estaba Tomás, un niño que siempre la ayudaba en el recreo.

- “Claro, María”, dijo Tomás con una sonrisa. “Podemos usar colores diferentes para representar lo que sentimos. ¿Qué te parece? ”

María sintió que su nerviosismo empezaba a disolverse como el hielo bajo el sol.

- “Sí… colores… me gusta”, respondió con más confianza.

Juntos, comenzaron a trabajar en el mural. María tenía muchas ideas en su mente, pero a veces le costaba expresarlas. Sin embargo, Tomás la animó.

- “¡Dibuja lo que sientes, no necesitas hablar todo el tiempo! ”, le dijo.

María tomó un pincel y comenzó a pintar. Con cada trazo, su confianza fue creciendo. Usó el amarillo para representar la alegría, el azul para la tranquilidad y el rojo para el amor. Cuando los demás vieron lo que había creado, se sintieron inspirados.

- “¡Qué lindo, María! ¡Nos encanta tu idea! ”, exclamó Sofía, una de sus compañeras.

María sonrió y se dio cuenta de que sus compañeros estaban disfrutando de su arte. Era una manera de comunicarse que no necesitaba palabras. En ese momento comprendió que no siempre era necesario hablar para conectarse.

El mural se hizo cada vez más grande y colorido, lleno de las contribuciones de cada niño. María se sintió llena de felicidad al ver cómo todos podían expresar sus sentimientos a través del arte.

Finalmente, cuando terminó la actividad, la maestra se acercó, admirando su trabajo.

- “Han hecho un mural hermoso que refleja la amistad y la creatividad. Estoy muy orgullosa de todos”, dijo con entusiasmo.

María sintió que su corazón estallaba de alegría. Al final, todos los niños se reunieron alrededor del mural.

- “Gracias, María, por tu trabajo. Nos enseñaste que hay muchas maneras de expresarnos”, dijo Tomás con una gran sonrisa.

María se sintió más integrada que nunca, y comprendió que aunque a veces las palabras se le dificultaban, había otras formas de mostrarse y conectar con los demás.

Desde entonces, María participaba sin miedo y hasta ayudaba a otros niños que también se sentían inseguros. Se convirtió en la niña que pintaba sonrisas y su cariño nunca dejó de brillar. Flor de Cuento se llenó de colores gracias a María y a sus amigos, y cada vez que alguien veía el mural, recordaba que la amistad no conoce barreras de palabras. El arte se convirtió en su puente mágico para comunicarse y compartir su mundo lindo.

Y así, María no solo se integró a su grupo, sino que también les enseñó a todos que, aunque las palabras son importantes, el corazón y la creatividad son los mejores medios para conectarse con quienes amamos.

FIN.

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