Las Palabras Mágicas
En un colorido barrio de Buenos Aires, había dos amigos inseparables: Juan Marcos y Sofía. Mientras Juan Marcos era un chico risueño y aventurero, Sofía era dulce y siempre tenía una sonrisa lista para compartir. Pero un día, Juan Marcos llegó al juego con el rostro nublado por la tristeza.
- ¿Qué te pasa, Juan Marcos? - preguntó Sofía, preocupada.
- No sé, Sofi. Los chicos en la escuela me dicen cosas feas y me siento mal - respondió Juan Marcos con voz triste.
Sofía se sintió mal por su amigo.
- Pero tú eres valiente y muy divertido. ¡A ellos no les importa lo que piensan! - intentó animarlo.
- Sí, pero es difícil no pensar en eso - dijo Juan Marcos, mirando hacia el suelo.
Sofía recordó un libro que había leído sobre el poder de las palabras. Decidió que era momento de mostrarle a Juan Marcos que también existían las palabras mágicas que podían cambiar lo que sentía.
- ¡Vamos a hacer un experimento! - exclamó Sofía, emocionada.
- ¿De qué se trata? - preguntó Juan Marcos con un leve atisbo de curiosidad.
- Vamos a escribirles cartas a las palabras que duelen - dijo Sofía mientras tomaba un papel y un lápiz.
Así que juntos se pusieron a escribir cartas.
- Querida tristeza,
Espero que un día comprendas que no quiero jugar contigo. Prefiero la alegría y la risa. ¡Hasta nunca! - escribió Sofía.
- Querida inseguridad,
No necesito que me digas que no soy suficiente. Yo ya sé que soy especial tal como soy. – escribió Juan Marcos.
Las cartas les hicieron sentir un poco mejor, pero aún les quedaba un paso más.
- Ahora, escribamos algo lindo para nosotros - propuso Sofía.
- ¿Y qué ponemos? - preguntó Juan Marcos.
- Escribamos algo que nos guste de nosotros - sugirió Sofía.
Después de un rato, habían creado un mural con palabras y frases positivas.
- ¡Mirá! “Soy valiente”, “Soy un amigo leal”, “Me encanta hacer reír a los demás”, “Es hermoso ser yo” - exclamó Sofía entusiasmada.
- ¡Sí! ¡Mirá cuántas ideas lindas tenemos! - dijo Juan Marcos con una luz en los ojos.
La mañana se convirtió en tarde mientras ellos se llenaban de palabras mágicas. Al ver ese mural, Juan Marcos sintió que los comentarios hirientes de sus compañeros perdían fuerza.
Pero en la escuela, la realidad era otra. Un grupo de chicos lo siguió molestando.
- ¡Eh, Juan Marcos! ¡Sos un barco a la deriva! - gritó uno de ellos.
- Así, nadie va a querer ser tu amigo - añadió otro.
Entonces, Juan Marcos, recordando el mural que habían creado, tomó una respiración profunda y sonrió.
- ¡No soy un barco a la deriva! - contestó valientemente.
- ¡Soy un tren que avanza! - dijo con entusiasmo.
Los chicos se quedaron boquiabiertos. Sofía lo observaba desde un rincón, llena de orgullo.
- ¡Eso es! ¡A seguir avanzando! - gritó Sofía desde donde estaba.
Juan Marcos se sintió fuerte y decidido. Las palabras de los demás eran solo una tormenta pasajera. Para cuando el último rayo de burla pasó, su corazón estaba calmado.
Desde ese día, las palabras mágicas que habían creado se convirtieron en un refugio. Juan Marcos entendió que las palabras que le decían otros no podían afectar su esencia.
- ¡Sofi! - dijo un día mientras jugaban en su lugar favorito.
- ¡Qué pasa, Juan Marcos! - respondió ella.
- Gracias por ayudarme a encontrar las palabras mágicas. ¡Ahora sé que puedo ser yo mismo y eso es lo mejor! - finalizó Juan Marcos con una gran sonrisa.
Sofía asintió, feliz de que su amigo se sintiera así. Y así, cada vez que una palabra dolorosa llegaba a sus oídos, Juan Marcos recordaba las palabras que realmente importaban: las bellas y mágicas que siempre lo acompañarían.
Y así, Juan Marcos y Sofía aprendieron que las verdaderas palabras mágicas son aquellas que eligen decirse a uno mismo y a los demás. ¡Cada uno de nosotros tiene el poder de hacer brillar nuestras almas con amor y alegría!
Y Colorín Colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.