Las palabras silenciadas


Había una vez un niño llamado Martín que estaba en el jardín de infantes. A pesar de ser muy alegre y simpático, tenía dificultades para hablar correctamente.

Esto hacía que los demás niños no lo entendieran bien y, por lo tanto, le costaba hacer amigos. Martín se sentía triste y solo. Veía cómo los otros niños jugaban juntos y se divertían mientras él quedaba apartado. Sin embargo, Martín no se daba por vencido.

Sabía que merecía tener amigos y estaba dispuesto a luchar por ello. Un día, la maestra del jardín de infantes, la señorita Laura, notó la tristeza de Martín y decidió ayudarlo.

Se acercó a él con una sonrisa cálida y le dijo: "Martín, sé que te cuesta hablar correctamente, pero quiero que sepas que eso no te hace menos especial. Eres un niño increíblemente valiente y estoy aquí para apoyarte".

Martín miró a la señorita Laura con esperanza en sus ojos. Nunca nadie había mostrado tanto interés en ayudarlo antes. Desde ese momento, comenzaron a trabajar juntos todos los días durante el recreo para mejorar su pronunciación.

La señorita Laura también habló con los demás niños sobre las dificultades de Martín para comunicarse claramente. Les explicó lo importante que era ser comprensivos y amables con él.

Los días pasaron y poco a poco Martín fue mejorando su forma de hablar gracias al esfuerzo constante de practicar junto a la señorita Laura. Pero aún así seguía sin tener amigos en el salón. Un día, mientras Martín jugaba solo en el rincón de la clase, una niña llamada Sofía se acercó a él.

Tenía una sonrisa amigable en su rostro y le dijo: "Hola, Martín. ¿Quieres jugar conmigo?"Martín no podía creer lo que estaba escuchando. ¡Alguien finalmente quería ser su amigo! Con entusiasmo, asintió con la cabeza y aceptó la invitación de Sofía.

A partir de ese día, Martín y Sofía se convirtieron en los mejores amigos. Juntos compartían risas, juegos y aventuras en el jardín de infantes.

Los demás niños también comenzaron a ver cómo Martín había superado sus dificultades para hablar y valoraban su amistad. El tiempo pasó rápidamente y llegó el último día del jardín de infantes. La señorita Laura organizó una fiesta sorpresa para celebrar todo lo que habían aprendido juntos durante el año.

En medio de la alegría y los festejos, Martín tomó un micrófono improvisado hecho con un palito y emocionado dijo: "- Quiero agradecerles a todos por haberme aceptado tal como soy. Gracias a ustedes tengo amigos maravillosos".

Todos aplaudieron emocionados por las palabras de Martín. Desde aquel momento, Martín supo que no importaba cómo hablara o cuántas dificultades enfrentara; siempre habría personas dispuestas a comprenderlo y apoyarlo.

Y así fue como Martín descubrió que todos somos únicos e importantes, independientemente de nuestras diferencias o habilidades. Aprendió que la verdadera amistad no se basa en cómo hablamos, sino en el cariño y la empatía que tenemos hacia los demás.

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