Las Palmas de Lola
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Palmitas, donde la tradición de elaborar palmas blancas era muy importante.
En este lugar vivía una niña llamada Lola, a quien le encantaba observar a su abuelo, Don Manuel, trabajar en su taller de palmas. Un día soleado, Lola decidió visitar a su abuelo en el taller para ver cómo creaba las hermosas palmas blancas.
Al llegar, encontró a Don Manuel cortando cuidadosamente las hojas de las palmeras y dándoles forma con sus hábiles manos. "- ¡Hola abuelo! ¿Puedo ayudarte a hacer una palma blanca hoy?" - preguntó entusiasmada Lola.
"- ¡Claro que sí, mi querida Lola! Será divertido enseñarte cómo se hace una verdadera obra de arte" - respondió Don Manuel con una sonrisa cariñosa. Lola se puso manos a la obra y comenzó a seguir los pasos de su abuelo.
Cortaba las hojas con cuidado, las doblaba con destreza y les daba forma siguiendo las indicaciones de Don Manuel. Poco a poco, la palma blanca fue tomando vida bajo sus manos. Con paciencia y dedicación, Lola y su abuelo trabajaron juntos en la palma blanca durante todo el día.
El sol comenzaba a ponerse cuando finalmente terminaron la obra maestra. La palma blanca brillaba con luz propia y desprendía un aroma mágico que llenaba el taller. "- ¡Es increíble abuelo! Gracias por enseñarme este maravilloso arte" - exclamó emocionada Lola.
"- De nada, mi querida Lola. Siempre recuerda que con esfuerzo y dedicación podemos crear cosas hermosas que llenen nuestros corazones de alegría" - dijo Don Manuel orgulloso.
Desde ese día, Lola siguió practicando el arte de hacer palmas blancas junto a su abuelo. Cada Semana Santa lucían orgullosos las hermosas creaciones que juntos habían realizado. La tradición perduraba en Palmitas gracias al amor y la pasión que Don Manuel había transmitido a su nieta.
Y así, entre risas y canciones al ritmo del taller de palmas blancas, Lola aprendió una valiosa lección: que las tradiciones familiares son tesoros que debemos cuidar y mantener vivos en nuestros corazones para siempre.