Las Pequeñas Verdades



Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un tranquilo vecindario. Lucas era un chico alegre, lleno de imaginación y siempre le gustaba salir a jugar con sus amigos. Sin embargo, tenía una pequeña costumbre: le decía a todos que las mentiras chiquitas no hacían daño.

Un día, mientras jugaba en el parque, encontró a su amiga Sofía sentada en una banca, luciendo muy triste.

"¿Qué te pasa, Sofi?" - preguntó Lucas.

"Es que le conté a mi mamá que había terminado mis tareas, pero en realidad no las hice. Ahora tengo miedo de que me castigue si se entera" - dijo Sofía con voz temblorosa.

"No te preocupes, Sofi. Son solo mentiritas chiquitas. No le hacen daño a nadie" - le respondió Lucas, sin pensar en las posibles consecuencias.

Al día siguiente, en la escuela, el maestro Luis pidió a los alumnos que escribieran sobre su fin de semana. Lucas decidió escribir sobre un increíble juego de aventuras que había hecho cuando en realidad solo había visto una película en casa.

"¿Qué escribiste, Lucas?" - le preguntó su amigo Tomás.

"Es un secreto. Pero ya te dije, son solo pequeñas mentiras" - respondió Lucas con una sonrisa.

Cuando llegó el momento de compartir los escritos, Lucas se sintió muy orgulloso de su relato, pero cuando terminó de leer, el maestro Luis lo miró sorprendido.

"Lucas, eso suena muy interesante, ¿puedes decirme con quién jugaste?" - le preguntó el maestro.

Lucas se dio cuenta de que no había jugado con nadie, así que se quedó callado, buscando cómo salir de la situación.

En la hora de deportes, un grupo de niños organizó un partido de fútbol. Lucas, emocionado, se unió al juego. Sin embargo, en medio del partido, escuchó a su amigo Agustín discusir con la profesora de gimnasia porque había dicho que él les había avisado a todos para el partido, pero eso no era cierto.

"No, Agustín, yo no vi tu mensaje en el grupo de WhatsApp" - dijo María, otra amiga en el grupo.

"Es solo una mentira chiquita. No hace daño" - insistió Agustín.

Lucas recordó lo que había dicho un día antes y comenzó a dudar. Mientras tanto, en medio del partido, Lucas hizo una jugada increíble, pero al caer, uno de los jugadores rivales se lastimó el tobillo porque Lucas no había dicho que iba a patear la pelota.

"Pero, Lucas, ¡no me avisaste que ibas a disparar!" - se quejó Felipe, el niño que se había lastimado.

Lucas sintió una punzada en el estómago. Recordó que al no haber sido honesto, había causado un problema a su amigo.

Esa noche, mientras cenaba, Lucas pensó en todas las mentiras que había dicho en el día. Entonces, decidió hablar con su papá.

"Papá, ¿puede ser que las mentiras chiquitas no hagan daño?" - preguntó Lucas, mientras jugaba con su cuchara.

"A veces pueden parecer inofensivas, pero pueden llevar a malentendidos, y eso puede lastimar a otros" - respondió su papá, mirándolo seriamente.

"Tenés razón, papá. No quiero mentir más, aunque sean solo pequeñas mentiras" - dijo Lucas, dándose cuenta que la honestidad era más importante.

Al día siguiente, Lucas se acercó a Sofía y le confesó lo que había hecho.

"Sofi, realmente no deberías mentirle a tu mamá. A veces, la verdad duele, pero es mejor que una mentira que pueda complicar todo" - dijo Lucas, decidido a cambiar.

Sofía sonrió, entendiendo y prometió no volver a hacer lo mismo. Además, se dieron cuenta que al ser honestos, podían ser más felices.

Esa tarde, Lucas se acercó a Felipe en el parque.

"Felipe, lamento mucho lo de ayer. Prometo ser más honesto a partir de ahora" - le confesó.

"Está bien, Lucas. Todos cometemos errores" - respondió Felipe con una sonrisa.

A partir de ese día, Lucas se volvió conocido por siempre decir la verdad, sin importar cuán pequeña o grande sea la situación. Desde entonces, sus amigos aprendieron que las pequeñas mentiras pueden hacer daño, y juntos optaron por construir un mundo donde la sinceridad reinara en cada juego y conversación.

FIN.

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