Las Princesas de la Boda Mágica



Era un soleado día en el reino de Novilandia, donde vivían dos mejores amigas, Diana y Angie. Ambas soñaban con ser princesas y, un día, decidieron que harían una boda de ensueño en el jardín del castillo.

"Diana, ¿y si organizamos nuestra propia boda?" - propuso Angie, con sus ojos brillando de emoción.

"¡Sí! Pero no solo cualquier boda, ¡una boda mágica!" - respondió Diana, imaginando vestido, flores y un gran pastel.

Comenzaron a planear cada detalle. Hicieron listas de invitados, eligieron sus vestidos y se pusieron a trabajar en la decoración. Pero había un problemita: ellas no tenían el dinero suficiente para hacer todo lo que habían soñado.

"Angie, necesitamos conseguir hilos de oro para nuestros trajes. ¿Cómo haremos?" - preguntó Diana, preocupada.

"Podríamos vender limonada en el parque y juntar lo que necesitamos" - sugirió Angie con mucha confianza.

Y así, comenzaron su pequeño negocio. Vendieron limonada con un toque especial: ¡un poco de brío y alegría! La gente del reino se entusiasmaba tanto al comprarlas que no solo sufragaron para sus vestidos, sino que además, recolectaron fondos para ayudar a otros en la comunidad.

Cuando ya tenían suficientes ahorros, decidieron hacer una visita a la tienda de novias en el reino, donde las catrinas que vendían los trajes se sorprendieron al ver a las dos niñas llenas de entusiasmo y determinación.

"Hola, queremos los vestidos más hermosos del reino para nuestra boda mágica" - dijo Diana.

"¿Pero son novias?" - cuestionó la vendedora, con curiosidad.

"¡Sí! Somos novias de nuestros propios sueños, y eso sí que es importante" - replicó Angie, riendo.

Las catrinas se conmovieron y, en lugar de cobrarles, les ofrecieron unos vestidos de muestra que dejarían deslumbrar si se utilizaban con confianza. Las chicas no lo podían creer, estaban radiantes de felicidad.

Pero mientras estaban en la tienda, escucharon un rumor: la boda del príncipe y la princesa del reino se estaba cancelando, porque la reina había perdido sus joyas mágicas y nadie sabía dónde estaban.

Diana y Angie, intrigadas, decidieron investigar. Se disfrazaron de pequeñas detectives y comenzaron a preguntar a los habitantes del reino si habían visto algo extraño.

"¿Viste algo raro ayer mientras paseabas?" - le preguntó Diana a una anciana.

"Oh, sí, vi a un extraño que parecía buscar algo por el jardín. Podría ser un buen comienzo" - respondió la anciana.

Con el espíritu de las verdaderas princesas que querían ayudar a su reino, se aventuraron al jardín del castillo. Allí, encontraron un rastro de brillitos que las llevó hasta un arbusto mágico.

"Mirá, Angie, estos son los brillitos que hacen que las joyas sean especiales" - dijo Diana, mirando con atención.

"Entonces, ¡debemos seguir este camino!" - respondió Angie.

Siguiendo el rastro, se encontraron con un pequeño dragón que lloraba. Resultó que, por accidente, había confundido las joyas de la reina con unas canicas brillantes que había encontrado.

"Lo siento mucho, sólo quería jugar" - dijo el dragón, muy apenado.

"No te preocupes, pequeño amigo. Podés ayudar a devolverlas y ser parte de la boda también" - comentó Angie, poniendo su mano en su hombro.

Con la ayuda del dragón, lograron devolver las joyas y la boda del príncipe y la princesa se llevó a cabo, ¡con una gran fiesta en el castillo! Todos en el reino estaban felices y, por supuesto, Diana y Angie no podían estar más emocionadas.

"Aunque no empezamos como novias convencionales, hoy somos princesas de corazón" - dijo Diana mientras observaban el brillo del baile en el castillo.

"¡Y siempre lograremos nuestros sueños, si trabajamos juntas!" - concluyó Angie, soñando ya en su próxima aventura.

Y así, el espíritu de la amistad y la cooperación hizo que su boda mágica y la del príncipe terminaran deslumbrando a todos en el reino.

Desde ese día, Diana y Angie continuaron viviendo llenas de sueños y aventuras, recordando que la verdadera magia está en la amistad y el amor que compartimos con los demás.

FIN.

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