Las Princesas del Bosque Mágico



En una pequeña casa en el corazón del bosque, vivían dos hermanitas: Antho y Kristhal. Ambas eran inseparables y compartían una pasión inmensa por los cuentos de princesas. Cada tarde, al regresar de la escuela, transformaban su jardín en un reino mágico, lleno de flores de colores y arbustos que parecían castillos.

"¡Antho! ¡Hoy seré la princesa del sol!", exclamó Kristhal emocionada mientras se ponía una corona hecha de girasoles.

"¡Genial! Entonces yo seré la princesa de la luna y juntos gobernaremos el bosque", respondió Antho, entre risas, mientras adornaba su cabeza con una diadema de ramas y hojas.

Los días pasaban entre juegos, risas y aventuras. En su mundo de fantasía, habían creado personajes como el Caballero Valiente, el Dragón Amistoso y la Reina de los Animales. Pero un día, mientras jugaban, escucharon un extraño murmullo que provenía del árbol más viejo del bosque.

"¿Escuchaste eso, Kristhal?", preguntó Antho, con curiosidad y un poco de miedo.

"Sí... suena como si alguien necesitara ayuda", respondió Kristhal, temblando de emoción.

Las hermanitas se miraron, decididas a descubrir qué sucedía. Se acercaron al viejo árbol, donde encontraron una pequeña puerta oculta entre las raíces. Sin pensarlo dos veces, la empujaron y entraron. Al otro lado, se encontraron con un mundo deslumbrante y lleno de colores, donde los animales hablaban y los árboles danzaban.

"¡Bienvenidas!", gritaron varios animales. Un ciervo se acercó y, con voz suave, les explicó: "El Rey León está en problemas. Un hechizo ha hecho que los colores del bosque se desvanezcan y solo las princesas pueden ayudar a devolverles la vida."

Antho y Kristhal miraron sus coronas y se dieron cuenta de que su papel de princesas era más importante de lo que habían imaginado.

"¿Qué tenemos que hacer?", preguntaron emocionadas.

"Debéis encontrar tres ingredientes mágicos: el brillo de la estrella más brillante, el canto de la flor más dulce y el abrazo del río más alegre", contestó el ciervo, con esperanza en sus ojos.

Las hermanitas se miraron, listas para la aventura.

"¡Vamos, Kristhal! ¡Seremos las mejores princesas y salvar el bosque!", dijo Antho con determinación.

El viaje no fue fácil. Primero, fueron a buscar la estrella brillante. Subieron a la colina más alta y, al llegar a la cima, se dieron cuenta de que tenían que atrapar la luz que caía del cielo.

"¡No podemos tocarla! Es demasiado rápida", se quejó Kristhal.

"Ya sé... ¡Hagamos esto juntas!", exclamó Antho. Juntas, empezaron a girar y bailar, creando un arcoíris de luz que hizo que la estrella se acercara a ellas. Al final, lograron capturar un destello de su brillo.

Con el primer ingrediente en la mano, continuaron su búsqueda del canto de la flor más dulce. Al llegar a un prado lleno de flores, escucharon muchos sonidos, pero no sabían cuál era de la flor más dulce.

"¿Cuál será?", preguntó Kristhal.

De pronto, un pequeño colibrí se acercó volando.

"¡Yo puedo ayudarles!", dijo el colibrí. "Solo tienen que encontrar la flor que me hace bailar".

Las hermanitas se pusieron a buscar entre las flores, hasta que encontraron una que tenía colores vibrantes y un aroma delicioso. Cuando se acercaron, el colibrí comenzó a danzar emocionado.

"¡Sí! Esta es la flor más dulce de todas", dijeron juntas las hermanitas, recogiendo su canto melodioso.

Finalmente, partieron hacia el río alegre para conseguir su abrazo. Al llegar, el agua brillaba con un color azul intenso, pero no era fácil abrazar a un río.

"¿Cómo vamos a abrazar agua?", preguntó Kristhal.

"¡Se me ocurre! ¡Podemos saltar!" sugirió Antho.

Ambas se echaron a reír y saltaron en el agua, creando ondas que abrazaron sus piernas. En respuesta, el río dio un giro y las envolvió en una corriente suave y amistosa. Sintieron como si recibieran un abrazo cálido y alegre.

Con los tres ingredientes en sus manos, las hermanitas regresaron al viejo árbol. El ciervo las esperaba ansioso.

"¿Lo lograron?", preguntó emocionado.

"Sí, aquí están!", contestaron al unísono, mostrando sus hallazgos.

Los animales del bosque se reunieron alrededor mientras el ciervo mezclaba los ingredientes. Al instante, el árbol comenzó a brillar, y los colores regresaron a cada rincón del bosque. Un arcoíris llenó el cielo y todos celebraron.

"Gracias, valientes princesas! Siempre recordaremos su valentía y bondad", dijo el ciervo agradecido.

Antho y Kristhal sonrieron, sintiendo que su aventura había sido mucho más que un simple juego. Aprendieron que con la amistad, la colaboración y el amor, se podían superar cualquier desafío, y que a veces, los mejores momentos de la vida surgen cuando uno se atreve a explorar lo desconocido.

Desde aquel día, el bosque se transformó en su hogar mágico, donde las princesas del sol y de la luna siempre estarían listas para vivir nuevas aventuras y ayudar a quien lo necesite.

FIN.

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