Las Puertas de Carlos Gesell



Era un día soleado cuando el hombre de mirada soñadora y manos curiosas, Carlos Gesell, llegó a un rincón escondido junto al mar. Las olas cantaban melodías suaves y el viento susurraba secretos que solo los más atentos podían escuchar. Las dunas, altas y majestuosas, danzaban al ritmo del viento, creando un espectáculo deslumbrante. Carlos, fascinado por la belleza del paisaje, decidió que en ese lugar mágico construiría su hogar.

Con mucha dedicación, levantó una casa singular que tenía cuatro puertas, cada una de un color diferente: azul, roja, amarilla y verde. Cada puerta representaba un mundo nuevo que invitaba a la aventura.

Un día, mientras admiraba la vista desde su ventana, Carlos sintió una inquietud. "¿Qué habrá detrás de cada puerta?"- se preguntó. Con el corazón lleno de curiosidad, decidió que era el momento de descubrirlo.

Primero, abrió la puerta azul. Al cruzarla, se encontró en un océano de dulces. Unas criaturas llamativas, los Caramelitos, danzaban sobre olas de chocolate y azúcar. "¡Hola, Carlos!"- gritaron. "Ven a jugar con nosotros y a recolectar dulces para hacer el Festival de la Alegría"-

Carlos sonrió, aceptó la invitación y, junto a los Caramelitos, llenó su canasta de colores. Pero al poco rato, se dio cuenta de que había demasiado azúcar. "¿No deberían comer más frutas y verduras?"- preguntó Carlos. Los Caramelitos se miraron entre sí. "Quizás tienes razón, Carlos. ¡Vamos a buscar frutas!"-

Luego de un rato, decidieron hacer el festival con una mezcla de dulces y frutas, creando postres coloridos y saludables, lo que los hizo más felices que nunca.

Después, Carlos sintió que era hora de abrir la puerta roja. Al cruzarla, llegó a un mundo en llamas, pero no de fuego. Eran montañas rojas con árboles de llamas de colores brillantes. Allí conoció a una familia de Fuegoaros. "¡Hola, Carlos! ¿Te gustaría ayudar a encender nuestra fogata comunitaria?"- le propusieron.

Carlos asintió con entusiasmo y empezó a recoger ramas secas. Pero notó que las llamas estaban muy cerca de las casas de los Fuegoaros. "¿No creen que deberíamos estar más lejos de las casas?"- sugirió. Los Fuegoaros pensaron en su idea, y acordaron construir un espacio seguro para las fogatas, asegurándose de que todos estuvieran a salvo.

Con su ayuda, iluminaron la noche, pero esta vez de forma segura y feliz.

Con el corazón lleno de alegría, Carlos decidió aventurarse por la puerta amarilla. Esta lo llevó a un campo de flores que nunca antes había visto. Un grupo de Flores Haiku lo esperaba. "Carlos, ¿quieres encontrar la flor mágica que concede deseos?"- le dijeron.

Carlos, emocionado, comenzó la búsqueda. Entre risas y juegos, se dio cuenta de que cada amistad que hacía era un deseo cumplido. "Creo que no necesito la flor mágica, ya tengo todo lo que deseo aquí",- pensó, rodeado de amigos.

Finalmente, Carlos se dirigió a la última puerta, la verde. Al abrirla, se encontró en un bosque lleno de árboles que hablaban. "¡Hola, Carlos! ven y cuéntanos historias de tu hogar"- pidieron. Carlos compartió historias sobre la playa y su viaje, pero también escuchó las historias de los árboles, que le enseñaron sobre la importancia de cuidar la naturaleza.

Cuando Carlos volvió a su casa, se sintió pleno. Había aprendido que detrás de cada puerta había un mundo lleno de sorpresas y lecciones valiosas. Así, decidió que cada vez que abriera una puerta, sería una nueva aventura, un nuevo aprendizaje.

Desde aquel día, Carlos Gesell no solo vivió en su casa de cuatro puertas, sino que también se convirtió en un gran contador de historias, un defensor del medio ambiente y un promotor de la amistad. Cada visitante que entraba por cualquiera de sus puertas se marchaba enriquecido por la sabiduría que Carlos había cosechado en sus mágicas aventuras.

FIN.

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