Las Reglas del Juego



Era una tarde soleada en el parque, y un grupo de niños y niñas disfrutaba de su tiempo libre. Valentina, Mateo, Lucas y Sofía estaban en medio de un intenso debate sobre la importancia de las reglas en los juegos.

"No puedo más con estas reglas, siempre hay que seguirlas de manera aburrida y no nos dejan divertirnos", se quejaba Valentina, cruzando los brazos.

"Pero si no hay reglas, no sabemos cómo jugar bien, Valen", replicó Mateo, que era un poco más serio.

Sofía, que estaba sentada en una banca observando, decidió intervenir.

"Chicos, a mí me parece que las reglas son importantes. Sin reglas, todo se hace un lío".

Pero Lucas no estaba de acuerdo.

"¡Bah! Las reglas son una tontería. ¿Por qué no podemos jugar simplemente y hacer lo que queramos?"

Los niños comenzaron a alzar la voz, cada uno defendiendo su punto de vista. Fue entonces cuando un misterioso anciano se acercó lentamente, escuchando la discusión. Tenía una larga barba blanca y una sonrisa amable.

"Hola, pequeños. ¿Qué les sucede?"

Los niños se pusieron a explicarle su debate entre risas y gesticulaciones. El anciano escuchó atentamente.

"Yo tengo una historia que podría ayudarles", dijo el anciano, intrigando a los niños.

Con un leve gesto, les pidió que se acercaran y comenzó a contarles sobre un antiguo pueblo llamado Jugarlandia, donde todos los juegos eran desordenados porque nadie seguía las reglas.

"En Jugarlandia, todos hacían lo que querían. Un día, un niño decidió jugar al fútbol pero no había límites de quién podía tocar la pelota. Resulta que el balón terminó volando hacia la casa de la ciudadana más gruñona del pueblo…"

Los ojos de los niños se abrieron cuando se imaginaron la escena.

"¿Y qué pasó?", preguntó Sofía con curiosidad.

"La mujer salió muy enojada y persiguió a todos los niños por el pueblo. Nadie podía jugar porque no había un lugar seguro, ¡y eso hizo que se dieran cuenta de lo importante que es establecer reglas para poder disfrutar de los juegos!"

Mateo reflexionó.

"Pero… ¿no se puede jugar sin tantas reglas?"

El anciano sonrió y continuó.

"Claro que se pueden jugar sin reglas, pero eso puede llevar a problemas como desorden, conflictos entre jugadores, y que nadie se divierta. Las reglas son un marco que nos ayuda a disfrutar más, son como las normas del tráfico, evitan choques y hacen que lleguemos a nuestro destino felices. Piénsenlo de ese modo".

Los niños miraron al anciano y luego entre ellos.

"Entonces, ¿podemos inventar nuestras propias reglas para jugar juntos?", preguntó Lucas.

El anciano asintió con la cabeza.

"Exactamente. Las reglas no tienen que ser aburridas, pueden ser creativas y divertidas. Puedes decidir cuántos puntos se dan por cada gol, o si el juego se detiene cuando alguien grita ‘¡Parada! ’".

Valentina, Mateo, Sofía y Lucas intercambiaron miradas de emoción.

"¡Podemos hacerlo! Vamos a pensar en reglas que todos disfrutemos", exclamó Valentina.

Así, días después, los niños se juntaron y decidieron formar un comité de juegos.

"Si todos participamos, podremos disfrutar más juntos", dijo Mateo mientras escribían las nuevas reglas.

Las ideas fluyeron y, al final, crearon un conjunto de reglas que permitían divertirse y a la vez mantenía el respeto entre los jugadores.

Cuando comenzaron a jugar, notaron que todos se sentían felices y hubo risas que llenaban el aire. Cada uno contribuyó con sus ideas, y eso les hizo sentir que las reglas no solo eran un deber, sino una forma de incluir a todos.

Finalmente, fueron a buscar al anciano para compartir su experiencia. Cuando lo encontraron, le contaron todo con alegría.

"Así es, pequeños. Las reglas pueden ser la base para construir un juego divertido y armonioso. Recuerden que el respeto y la creatividad son clave para jugar juntos. ¡Sigan disfrutando!"

Desde entonces, en su grupo de amigos, nunca olvidaron que las reglas son lo que hace que la diversión sea posible y que, cuando se comparten y construyen juntos, ¡puede surgir la mejor diversión de todas!

Los niños aprendieron que seguir reglas no es un obstáculo, sino un camino hacia el disfrute compartido.

FIN.

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