Las semillas mágicas de Lara y Wawa



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y árboles frondosos, una niña llamada Lara. Lara tenía solo 1 añito, pero su risa contagiosa iluminaba cada rincón por donde pasaba.

Su compañera inseparable era Wawa, una perrita pequeña y marrón que la seguía a todas partes. Cada mañana, Lara y Wawa salían a explorar el jardín de su casa. La niña correteaba entre las flores mientras la perrita jugueteaba a su alrededor.

Juntas descubrían los colores del arcoíris que se reflejaban en las gotas de rocío sobre el pasto y escuchaban el trinar de los pájaros que anunciaban la llegada de un nuevo día.

Un día soleado, mientras Lara intentaba atrapar mariposas con sus manitas tiernas, escucharon un ruido proveniente del bosque cercano. Wawa ladró emocionada y Lara rió con alegría. Decidieron aventurarse juntas hacia el origen del sonido misterioso.

Al adentrarse en el bosque, se encontraron con un zorrito travieso atrapado entre unas ramas espinosas. El animalito parecía asustado y no podía liberarse por sí solo. Lara miró al zorrito con ternura y extendió sus bracitos para acariciarlo. "Tranquilo amigo zorro, no tengas miedo", dijo Lara con dulzura.

Wawa lamió la carita del zorrito para reconfortarlo mientras Lara intentaba desenredarlo con cuidado. Después de unos minutos de esfuerzo conjunto, lograron liberar al zorrito quien saltó feliz dando vueltas alrededor de ellas como muestra de agradecimiento.

El zorro les guió hasta un claro en el bosque donde descubrieron un hermoso prado lleno de flores silvestres y mariposas revoloteando. Allí compartieron juegos y risas hasta que el sol empezó a ocultarse tras las montañas.

Agradecido por haber sido salvado por Lara y Wawa, el zorro les entregó una caja llena de semillas mágicas antes de despedirse rumbo a su madriguera.

"Estas semillas traerán alegría a todos los corazones que toquen", dijo el zorro antes de desaparecer entre los árboles oscuros. Lara tomó las semillas entre sus manos diminutas y sopló sobre ellas con fuerza haciendo que volaran por todo el prado.

Al instante, las semillas brotaron convirtiéndose en flores multicolores que iluminaron la noche como estrellas brillantes en el cielo. Asombradas por lo ocurrido, Lara y Wawa regresaron a casa felices llevando consigo una lección importante: siempre hay magia en ayudar a quienes lo necesitan sin esperar nada a cambio.

Y así continuaron viviendo aventuras juntas cada día, recordando aquel encuentro especial en el bosque encantado donde la bondad transforma todo lo que toca en pura magia.

FIN.

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