Las Sombras del Invierno
Era un invierno frío en Buenos Aires y José, un adolescente disciplinado, se dirigía al gimnasio cada tarde. Amaba mantenerse activo, pero ese día algo diferente flotaba en el aire. Al entrar, notó que todos los demás estaban extraños, como si algo les ocultara la luz.
José se acercó a su amigo Lucas, quien estaba mirando el espejo, con una expresión de susto.
"¿Qué te pasa, Lucas? Te veo muy raro hoy".
"No sé, José. Desde que llegué me siento... apagado. Creo que algo está mal".
José echó un vistazo alrededor y su corazón se estremeció. Las personas que una vez conoció ahora eran solo sombras distorsionadas que se movían sin rumbo. Era como si la luz de sus vidas se hubiera desvanecido.
Decidido a descubrir qué estaba pasando, salió del gimnasio y buscó respuestas. Caminó por el parque cubierto de hielo y vio a una anciana que también lucía como una sombra, aunque parecía tener una chispa de luz en sus ojos.
"Señora, ¿usted sabe qué está sucediendo?".
"Ah, querido José... es la maldición del frío. Cuando la temperatura baja demasiado, las almas se convierten en sombras. Solamente alguien valiente puede romper el hechizo".
"¿Cómo puedo ayudar?".
"Debes encontrar la llama del corazón. En el viejo faro, hay un artefacto mágico que la resguarda. Tienes que ir antes de que anochezca".
José no dudó. Corrió hacia el faro, temblando de frío, pero decidido a ayudar. A medida que avanzaba, se encontraba con más sombras, y cada vez que pasaba, sentía que su propia luz se desvanecía un poco más.
Al llegar al faro, se encontró con una puerta enorme que parecía imposible de abrir. José recordó lo que le había enseñado su entrenador: "La fuerza no siempre está en los músculos, sino también en el corazón".
Con toda su fuerza de voluntad, empujó la puerta, que se abrió lentamente. Dentro, la habitación estaba oscura, pero en el centro había una pequeña llama titilante.
"¡La llama del corazón!" exclamó.
Atraído por su luz, José se acercó, pero de repente, las sombras comenzaron a rodearlo.
"¡No te acerques!" gritó una sombra, que antes había sido su compañera de entrenamiento, Sofía. "No podemos dejar que la luz nos toque".
"Pero si no lo haces, nadie volverá a ser como antes. ¡No podemos vivir así!" respondió José con bravura.
"¿Y qué sugieres?" dijo Sofía, asustada.
"Juntos podemos enfrentar el frío. La luz no puede vencer sin nosotros. Si me ayudan a encender la llama, quizá podamos romper la maldición".
Las sombras miraron a su alrededor, dudando. Pero entonces, la anciana apareció detrás de ellos.
"Recuerden, la unidad y el calor que hay en su corazón es la única manera de restaurar la luz".
Motivados, las sombras comenzaron a acercarse a José. Con sus manos unidas, todos juntos dieron un paso hacia la llama. Al tocar la esfera brillante, una oleada de calor y luz los envolvió, y comenzaron a transformarse de nuevo.
"¡Esto es increíble!" dijo Lucas, observando sus manos recuperar color.
"¡Sigamos! ¡Juntos!" gritó Sofía.
Con la llama encendida, la luz brilló en la habitación y se expandió hacia afuera, iluminando todo a su paso. Las sombras se disiparon y cada persona del gimnasio recuperó su forma humana, riendo y celebrando su regreso.
Esa noche, todos se reunieron en el parque.
"¡Lo hicimos!" decía José emocionado.
"Sí, gracias a ti, José. Has sido valiente y has recordado lo importante que es la unidad" respondió la anciana sonriendo.
Y desde ese día, en cada invierno, todos recordaron mantener sus corazones cálidos y unidos, para nunca más convertirse en sombras.
Así, José no solo rompió la maldición, sino que también hizo que todos entendieran el verdadero valor del trabajo en equipo, la amistad y la luz que llevamos dentro de nosotros.
FIN.