Las Sorprendentes Reglas de la Clase 4B



Era un día soleado en la escuela primaria San Martín, y los alumnos de la clase 4B estaban ansiosos por conocer a su nuevo maestro. El patio se llenaba de risas y charlas mientras todos se preguntaban quién sería. Cuando la campana sonó, un hombre de mediana edad, con una gran sonrisa y gafas divertidas, apareció en la puerta.

"¡Hola, chicos! Soy el Maestro Julián, y hoy vamos a aprender algo muy especial juntos", dijo con entusiasmo.

Los chicos, emocionados, se sentaron en sus pupitres y esperaron a escuchar lo que el maestro tenía planeado.

"Voy a enseñarle a cada uno de ustedes la importancia de las reglas en nuestro salón de clases. Sin reglas, todo sería un caos", explicó Julián mientras enumeraba en la pizarra.

Todos miraban atentos, pero había un alumno, Tomás, que siempre encontraba la forma de evadir las reglas. Tomás era conocido por hacer ruido y a veces hacer bromas que alteraban la clase.

"¿Y si no seguimos las reglas?" preguntó Tomás con una sonrisa pícara.

"Gran pregunta, Tomás. Para responder, hagamos un experimento. Todos ustedes pueden elegir una regla que quieran que eliminemos por un día, y luego veremos qué pasa. ¿Qué opinan?" dijo el Maestro Julián con un guiño.

Los ojos de todos brillaron al escuchar la propuesta.

"Yo quiero eliminar la regla de no hablar en clase", propuso Sofía, la más callada del grupo.

"Y yo quiero eliminar la regla de no comer en clase", añadió Mateo, con una bolsa de galletas en la mano.

Después de varias propuestas, decidieron eliminar la regla del tiempo de silencio.

Desde el primer momento, la clase se transformó. Todos hablaban al mismo tiempo, risas y gritos llenaban el aula.

"¡Esto es genial!", exclamó Tomás, sintiéndose como el rey del salón. Pero pronto, la diversión se convirtió en caos.

Los alumnos comenzaron a interrumpirse, perdiendo el hilo de lo que estaban aprendiendo.

"¿Mirá, ahora no podemos escuchar las explicaciones!", se quejó Sofía, intentando hablar por encima del ruido.

Mateo, que disfrutaba de sus galletas, también se dio cuenta de que no podía concentrarse.

"Este caos no es tan divertido como pensaba", admitió.

El maestro Julián observaba con una sonrisa, sabiendo que pronto tendrían un valioso aprendizaje. Decidió dar un paso adelante.

"Chicos, creo que está claro que sin reglas, es difícil aprender. ¿Qué les parece si regresamos a nuestra regla de silencio, pero con una nueva? Vamos a tener un tiempo en el que cada uno puede compartir sus ideas, y todos escucharemos en orden. Eso significa que si alguien habla, los demás tienen que escuchar. ¿Les parece bien?"

Todos se miraron entre sí, y poco a poco, comenzaron a asentar la cabeza.

"Sí, ¡eso suena mucho mejor!", dijo Sofía.

"¡Yo quiero que me escuchen cuando comparta mis ideas!" exclamó Mateo.

"Yo prometo escuchar a los demás, así no me quedo sin entender", se comprometió Tomás, sintiéndose un poco avergonzado.

Desde ese día, los alumnos de la clase 4B aprendieron la importancia de las reglas: no solo servían para mantener el orden, sino que también les ayudaban a compartir y escuchar, haciendo que todos pudieran participar y aprender de verdad. Al final del año, organizaron un gran mural donde cada uno escribió su regla favorita y lo colgaron en la pared del aula como un recordatorio de lo que habían aprendido.

"Gracias, Maestro Julián, por enseñarnos a trabajar juntos", dijo Tomás con una gran sonrisa.

"De nada, chicos. Recuerden siempre que las reglas no son solo restricciones, son las bases para que todos podamos brillar juntos. ¡A seguir aprendiendo!".

Y así, la clase 4B no solo se convirtió en un ejemplo de convivencia, sino en un lugar donde todos aprendieron a valorarse y escucharse mutuamente, demostrando que con un poco de orden y respeto, todo se puede lograr.

A partir de entonces, la clase se volvió el lugar más divertido y enriquecedor de la escuela. Y Tomás, en lugar de ser un lío andante, se convirtió en el mejor compañero que se podía pedir.

FIN.

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