Las Sultanas del Jardín Encantado



En un reino muy lejano, había un hermoso jardín que era conocido por su belleza y por sus flores que nunca se marchitaban. En este jardín vivían tres sultanas: Lina, Sofía y Maya. Tienen un secreto muy especial que cuidan con esmero, un pequeño manantial que concede deseos. Sin embargo, también se prohíbe hacer deseos en vano y solo se deben usar para ayudar a otros.

Un día, mientras las tres sultanas jugaban cerca del manantial, escucharon un llanto. "¿Escucharon eso?" -dijo Lina, preocupada. "Sí, parece que alguien necesita ayuda", contestó Sofía.

Siguiendo el sonido, encontraron a un pequeño pajarito atrapado en un arbusto. "¡Pobrecito!" -exclamó Maya. "Debemos ayudarlo." Lina tomó la iniciativa y, con delicadeza, liberó al pajarito. "¡Gracias, sultanas!" -chirrió el ave, volando alrededor de ellas con alegría. "Prometí que algún día les devolveré el favor."

Las sultanas sonrieron y continuaron jugando. Pero al día siguiente, un fuerte viento comenzó a soplar y el jardín, que siempre había sido prodigioso, empezó a marchitarse. "¿Qué está pasando?" -preguntó Sofía, alarmada. "No lo sé, pero debemos hacer algo," -contestó Lina, pensando en el manantial.

Las sultanas decidieron ir al manantial y, con el corazón lleno de preocupación, formularon un deseo. "Queremos que nuestro jardín vuelva a florecer," -decretaron en voz alta. Pero, en lugar de cumplir el deseo, las aguas del manantial empezaron a brillar. Entonces el pajarito apareció ante ellas, ahora con una corona de flores en su cabeza. "Yo les advertí que los deseos no deben hacerse en vano. ¿Por qué no se han preguntado qué fue lo que causó este problema?" -les dijo el ave.

Las sultanas miraron a su alrededor y comprendieron. "Hemos estado disfrutando del jardín sin cuidarlo, y ahora nos estamos dando cuenta de que necesita nuestra atención", admitió Maya. Entre las tres, decidieron trabajar para restaurar la belleza del jardín. Cada mañana, llegaban con herramientas, regaban las plantas y recogían las hojas secas.

Días después, el jardín comenzó a mostrar señales de vida. "Miren, ya están floreciendo algunas flores," -dijo Sofía emocionada.

Con el tiempo, el jardín volvió a ser el lugar encantado de siempre. Un día, el pajarito regresó volando. "¿Ven? Su deseo ha sido concedido, no por un hechizo, sino por el esfuerzo y la dedicación que han puesto en él.", explicó el pajarito. "Ustedes aprendieron que cuidar lo que se ama es lo más importante."

Las sultanas, felices y orgullosas, agradecieron al pajarito por la lección y comprendieron que el verdadero encanto del jardín no solo estaba en su belleza, sino en el amor y el esfuerzo que se invertía en él.

Desde entonces, el jardín siempre floreció, y las sultanas nunca olvidaron el valor de cuidar y proteger todo lo que era importante para ellas. Y así, el jardín encantado se convirtió en un símbolo de amistad, esfuerzo y dedicación en todo el reino.

FIN.

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