Las Tarjetas Mágicas de Ana y Carlos



Era una mañana soleada de diciembre en el barrio de Villa Esperanza. Ana, una niña de diez años con pelo rizado y delantal lleno de colores, estaba sentada en la mesa de la cocina, rodeada de papeles de colores y lápices brillantes.

"¿Carlos, vení!" gritó Ana con entusiasmo. Carlos, su hermano mayor, entró a la cocina con una pelota en la mano.

"¿Qué pasa, Ana?" preguntó Carlos, frunciendo el ceño ante el lío de papeles.

"Vamos a hacer tarjetas de Navidad para los niños huérfanos. ¡Quiero que sientan la alegría de estas fiestas!"

Carlos, aunque estaba un poco confundido, se sintió intrigado. "¿Pero cómo podemos hacerlos felices?"

"Las tarjetas tendrán dibujos y mensajes bonitos. Ellos necesitan saber que hay gente que piensa en ellos, especialmente en Navidad. ¡Ayúdame a decorar!"

Carlos no pudo resistir la sonrisa de su hermana y aceptó su propuesta. Juntos, comenzaron a crear tarjetas con todo su amor. Hicieron dibujos de árboles de Navidad, muñecos de nieve y estrellas brillantes. Ana escribió mensajes como: "¡Feliz Navidad!", "Nunca estás solo, aquí hay un abrazo para ti", y "La alegría de la Navidad está en tu corazón".

Los días pasaron volando entre risas, lluvia de papeles y textos llenos de cariño. Pero un día, mientras Ana y Carlos llenaban la última tarjeta, Carlos se detuvo y dijo:

"Ana, ¿te imaginaste como se sienten realmente esos chicos? No tienen familia que les haga regalos o les dé abrazos."

Ana se quedó en silencio. "Tenés razón, Carlos. Pero, ¿qué podemos hacer más?"

"Tal vez podríamos hacer un pequeño evento en el parque para ellos. Así podrían recibir las tarjetas en persona y jugar juntos. Podríamos invitar a otros niños a unirse. ¡Sería genial!"

"¡Esa es una idea excelente!" respondió Ana, brillando de emoción.

Después de unos días de planeación, Ana y Carlos lograron organizar un encuentro en el parque. Con el apoyo de sus padres y de algunos vecinos, llenaron el lugar de globos, colores y risas.

El día del evento, varios niños de la institución de huérfanos llegaron al parque, un poco tímidos. Ana y Carlos los recibieron con abrazos y sonrisas.

"¡Bienvenidos a la fiesta de la amistad!" gritó Ana mientras Carlos repartía las tarjetas.

Los ojos de los niños huérfanos brillaban al recibir cada tarjeta.

"Mirá, ¡esta tarjeta tiene una estrella dorada!" exclamó uno de los niños, su sonrisa iluminando su rostro.

Después de las presentaciones, comenzó el juego. Todos, juntando sus diferencias y disfrutando de la música y las risas, comenzaron a reír y a jugar como si se conocieran de toda la vida.

Pero, en medio de tanto alboroto, algo inesperado sucedió. Una niña, que había llegado al parque con una actitud seria y reservada, quedó observando a un lado. Ana la vio y se acercó.

"Hola, soy Ana. ¿Cómo te llamás?" preguntó con dulzura.

"No tengo ganas de jugar…", murmuró la niña, encogiéndose.

"Entiendo, pero si querés, podemos hacer algo especial con las tarjetas. ¡Podemos dibujar juntas!"

La niña, sorprendida, miró a Ana. "¿De verdad harías eso?"

"Claro que sí, quiero que te diviertas."

Mientras las dos se sumergían en el arte de las tarjetas, algo mágico sucedió. La niña comenzó a sonreír y a contarle a Ana sobre sus dibujos favoritos y su amor por los cuentos. Pronto, los dos mundos se unieron y el ritmo de la fiesta se intensificó.

Al final de la tarde, todos los niños junto a Ana y Carlos se reunieron bajo un gran árbol. En un momento perfecto, comenzaron a contar historias y a compartir sus sueños. La niña que al principio no quería jugar, ahora compartía risas con los demás.

"Hoy fue el mejor día de mi vida", dijo uno de los pequeños.

"¡Y es todo gracias a las tarjetas mágicas!" exclamó otro.

Ana y Carlos se miraron, el brillo de felicidad en sus rostros iluminaba todo el parque. Habían logrado lo que se propusieron: hacer sentir a esos niños especiales, uniendo corazones a través de un gesto de amor.

De repente, Carlos se decidió a hablar. "La Navidad no se mide por los regalos, sino por los momentos que compartimos. Vamos a hacer esto cada año, ¿qué dicen?"

Todos los niños aplaudieron, gritando de alegría y acordando que la próxima Navidad volverían a reunirse.

Así, Ana y Carlos no solo llevaron alegría en forma de tarjetas, sino que también sembraron una tradición de amor y amistad en sus corazones. Y así, la magia de la Navidad se transformó en una sonrisa compartida, haciendo que cada año, mientras se acercaban esas fiestas, el parque de Villa Esperanza volviera a brillar con la luz de la esperanza y la amistad.

FIN.

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