Las Tortitas Mágicas de La Bla
Era una mañana soleada en el barrio de La Bla. Muy temprano, la niña despertó con el estómago rugiendo como un león. Desde su habitación, podía oler el delicioso aroma de las tortitas que su aita estaba preparando en la cocina.
- ¡Aita, qué rico huele eso! - exclamó La Bla, saltando de la cama.
- Hola, Princesa! - respondió su aita con una sonrisa - Hoy vamos a hacer tortitas mágicas. ¿Querés ayudarme?
La Bla, emocionada, corrió hacia la cocina. La mesa estaba llena de ingredientes: harina, leche, huevos y frutas frescas. Aita le pasó un delantal.
- Primero, tenemos que mezclar los ingredientes. ¡Usá tu energía! - dijo, mientras La Bla batía la mezcla con todas sus fuerzas.
- ¡Tortitas mágicas! - repetía La Bla, mientras soñaba con tortitas que volaban o que podían hablar.
Cuando la mezcla estuvo lista, su aita vertió porciones en la sartén caliente. Las tortitas comenzaron a burbujear, y la cocina se llenó de un aroma irresistible.
- Aita, ¿y si las tortitas pudieran darnos superpoderes? - preguntó La Bla, mirando con ojos brillantes.
- ¡Eso sería genial! Pero creo que no necesitaremos superpoderes para hacer algo especial hoy - respondió su aita, guiñando un ojo.
Las tortitas fueron saliendo doradas y esponjosas, una tras otra. La Bla no podía esperar para probarlas. Al servirlas, su aita le dijo:
- Ahora viene la parte mágica. Cada tortita que comemos nos da una cualidad especial. ¡Vamos a ver cuáles son!
La Bla se llenó el plato y comenzó a comer, una sonrisa de felicidad iluminaba su rostro. Al terminar la primera tortita, sintió una chispa de energía.
- ¡Aita, ahora tengo fuerza para levantar a mi perro! - dijo, con los ojos desorbitados.
- ¡Perfecto! Ahora la segunda, ¿qué poder tendrás? - animó su aita.
La Bla probó la segunda tortita y en un instante sintió que podía saltar tan alto como un canguro. Saltó por toda la cocina, riendo a carcajadas.
- ¡Mirá, aita! ¡Soy una cangurita! - gritó mientras se lanzaba un salto espectacular.
Pero cuando probó la tercera tortita, algo inesperado ocurrió. De repente, se dio cuenta de que podía entender lo que decía su loro, Pepito, que estaba en su jaula.
- ¡Hola, La Bla! ¡Qué rica se ve esa tortita! - graznó Pepito, llenando la cocina de risas.
- ¡Aita, Pepito está hablando! - exclamó La Bla, incrédula.
- Claro, querida. Cada tortita te da un poder diferente. ¿A quién más le gustaría hablar? - preguntó su aita, llena de alegría.
Debatieron por un rato y decidieron que sería divertido hacer una fiesta y compartir sus tortitas mágicas con sus amigos del barrio. La Bla y su aita se pusieron a trabajar. Invitaron a sus amigas y amigos, y prepararon muchas más tortitas.
Mientras los niños llegaban, todos se preguntaban qué poderes obtendrían al comer las tortitas. Una vez todos reunidos, La Bla se puso de pie y dijo:
- ¡Chicos! Estas tortitas son mágicas. Nos darán poderes especiales. ¡Vamos a descubrirlos juntos!
Los niños comenzaron a comer las tortitas y poco a poco cada uno caía en cuenta de su propio poder. Uno podía crear burbujas gigantes, otro podía correr como un rayo, y había quienes podían hacerse invisibles por un momento. La risa y la alegría llenaban el aire.
Sin embargo, a medida que jugaban con sus poderes, un niño comenzó a llorar.
- ¿Qué sucede? - preguntó La Bla.
- Cuando traté de usar mi poder de invisibilidad, me perdí de vista a mí mismo. ¡No sé dónde estoy! - sollozó el niño.
La Bla, tomando la situación en serio, decidió que necesitaban ayudarlo.
- Chicos, ¡no pueden dejar que los poderes los controlen! - les recordó. - Debemos trabajar juntos para ayudar a nuestro amigo.
Entre risas, saltos y apariciones estelares, lograron localizar al niño, quien se había escondido tras una planta. Todos lo abrazaron mientras él recuperaba la calma.
- Gracias, La Bla. ¡No quería preocuparlos! - dijo el niño, sonriendo.
- Está bien, lo importante es que siempre cuidemos unos de otros, incluso cuando tenemos poderes mágicos - dijo La Bla con un brillo especial en los ojos.
La fiesta continuó con risas, juegos y más tortitas mágicas. Al final del día, todos se despidieron con promesas de nuevas aventuras y un recuerdo especial en el corazón, recordando que la verdadera magia estaba en compartir, cuidar a los demás y disfrutar del momento.
Y así, La Bla y su aita aprendieron que aunque las tortitas eran deliciosas, lo más importante era el amor y la amistad que compartían en cada bocado.
FIN.