Las travesuras de las mellizas rubias



Había una vez en un pequeño y pintoresco pueblo, donde el sol brillaba y los pájaros cantaban, dos hermanitas mellizas traviesas llamadas Lía y Sofía. Ambas eran rubias y, aunque se parecían mucho, tenían personalidades muy diferentes. Lía era un poco más vergonzosa y a veces se sonrojaba por cualquier cosa, mientras que Sofía era más conversadora y siempre tenía algo que decir. Pero juntas, eran un par de aventuras andantes.

Un soleado día, mientras jugaban en su jardín, Sofía, con su espíritu inquieto, dijo:

"¿Querés ver qué hay más allá del patio, Lía? ¡Voy a ir a casa de nuestro padrino!"

"Pero… ¡estamos en pañales!" respondió Lía, con un leve temor en su voz.

"No importa, ¡seremos como exploradoras! ¡Ven!" insistió Sofía, tomando la mano de su hermana y arrastrándola hacia la salida.

Sin pensarlo dos veces, las dos mellizas se aventuraron por el camino que conducía a la casa de su querido padrino, don Juan. El caminar de ambas, con el sonido de sus risitas y el leve crujir de los pañales, era como música en el aire.

Al poco tiempo, hicieron una parada para jugar en un arroyo. Sofía se asomó al agua y dijo:

"¡Mirá esos pececitos! ¡Son como pequeños diamantes en el agua!"

"¡Sí! ¿Podríamos atraparlos?" preguntó Lía con curiosidad.

Pero, antes de que pudieran hacer nada, decidieron seguir adelante, emocionadas y riendo.

Llegaron a la casa de su padrino y tocaron la puerta. Pero no había respuesta. Frustradas, las mellizas se sentaron en la puerta, sin saber que toda la familia ya estaba preocupada por ellas.

"¿Dónde estarán las chicas?" pensó la madre de Lía y Sofía, con angustia.

"¡Kay! !" gritó su papá, llamando a un grupo de amigos para que las ayudaran a buscarlas.

Mientras tanto, Sofía tuvo otra idea.

"¿Y si subimos al tractor de don Juan y hacemos un paseo?"

"¿No es peligroso?" dijo Lía, buscando en su mente una forma de frenar la inquietante aventura. Pero la emoción de Sofía la convenció.

Las mellizas lograron subirse al tractor, que era grande y reluciente.

"¡Mirá cómo puedo girar el volante!" gritaba Sofía, mientras movía el pomo de este.

"¡Sofía! ¡Cuidado!" gritó Lía, presintiendo que iba a pasar algo inesperado.

De repente, el tractor se movió hacia adelante, pero sólo un poquitito. El ruido había llamado la atención de don Juan, quien estaba en su granero.

"¡Pero miren a estas traviesas!" reía mientras las veía.

"Hola, padrino!" exclamaron las mellizas, donde la vergonzosa Lía apenas podía contener su risa.

Don Juan bajó rápidamente del granero y se acercó al tractor. Estaba encantado de ver a sus pequeñas aventureras.

"¿Y qué hacen aquí solas?" preguntó.

"Nos veníamos a visitar, pero no nos dimos cuenta que no podíamos llegar solas..." contestó Sofía, sonriendo ampliamente.

"Ay, mis pozos de sorpresas. ¡Vamos a casa, que la familia ya se preocupa por ustedes!" dijo don Juan, y ayudó a las mellizas a bajar del tractor.

Cuando regresaron, toda la familia estaba muy aliviada.

"¡Mil veces no hagan esto!" les dijo su mamá,

"Pero tenemos una historia de aventura para contar!" respondió Sofía con una sonrisa amplia.

Esa noche, mientras las mellizas se preparaban para dormir, Lía miró a su hermana y le dijo:

"¿No crees que es mejor jugar juntos con estén a salvo en casa?"

"Sí, fui un poco imprudente…" susurró Sofía, tomando la mano de su hermana.

"Prometamos nunca más ir solos, ¿sí?"

"¡Trato hecho!" respondió Sofía, sonriendo feliz.

Y así, las mellizas aprendieron una valiosa lección sobre la importancia de la seguridad y el cuidado entre ellas. Desde ese día, siguieron teniendo aventuras, pero siempre con la promesa de hacerlo juntas y con la familia cercana.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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