Las travesuras de Nicol



En un hermoso pueblito rodeado de montañas y ríos, vivía una niña llamada Nicol. Nicol era conocida por su espíritu aventurero y su curiosidad infinita. Pero también era famosa por sus travesuras. Un día, mientras jugaba en su jardín, tuvo una idea brillante.

"¡Voy a hacer un gran experimento!", exclamó Nicol entusiasmada.

Decidió que iba a investigar cómo volaban los pájaros. Para eso, necesitaba un par de alas. Así que comenzó a recoger cartones, cintas y cualquier material que le pudiera servir. Después de un par de horas de trabajo, logró fabricar un par de alas que apenas podía levantar.

"Cuando me las ponga, voy a ser como un cóndor", pensó Nicol emocionada.

Así que subió a su árbol favorito, se puso las alas y... ¡Zas! Se lanzó al aire. Pero en lugar de volar, Nicol cayó de forma segura sobre un montón de hojas. En lugar de llorar, comenzó a reírse.

"¡Eso fue increíble!", dijo mientras se sacudía las hojas de su cabello.

Inspirada por su intento de vuelo fallido, decidió que de ahora en adelante, haría un nuevo experimento todos los días. Se propuso construir un cohete con latas y botellas de plástico. La noticia se esparció rápidamente entre sus amigos, quienes se unieron a ella en esta nueva aventura.

"¿Estás segura de que esto va a funcionar?", preguntó su mejor amigo, Lucas, un poco dudoso.

"¡Claro! ¡Todo grande invento empieza con un pequeño intento!", respondió Nicol confiada.

Después de varios días de trabajo en equipo, su cohete estuvo listo. Era una obra maestra, aunque un poco torcida y llena de parches. El día del lanzamiento, todos los chicos del vecindario se reunieron para ver el espectáculo.

"¡Listos para despegar!", gritó Nicol mientras cuentan hasta tres.

Contaron en voz alta:

"Uno... dos... tres!"

Pero el cohete no se movió. Todos miraron con desilusión.

"Quizás no era tan buena idea después de todo", murmuró Lucas.

Pero Nicol no se dio por vencida.

"Esto me hace pensar. Tal vez no solo se trata de volar, sino de disfrutar el proceso. Vamos a probarlo de nuevo, pero esta vez, ¡hagámoslo juntos!"

Decidieron jugar a que eran astronautas y utilizaron su creatividad para contar historias sobre los planetas que “visitaban” en su cohete. Convertieron el fracaso en una aventura más grande, llenándola de risas y juegos.

Con el tiempo, cada intento de Nicol se volvió una oportunidad para aprender. Un día, mientras trataba de hacer un globo de agua para la fiesta de su hermano, provocó un pequeño chorro de agua en toda la cocina. En lugar de enojarse, su mamá se unió y juntas crearon un juego con los globos.

"¿Qué tal si hacemos una guerra de globos de agua?", sugirió su mamá riendo.

"¡Sí! ¡Sería genial!", respondió Nicol emocionada.

La cocina se convirtió en un laboratorio de risas y alegría. Los vecinos, atraídos por el bullicio, se unieron a la guerra de globos, y todos terminaron empapados, riendo a carcajadas.

Con cada travesura, Nicol aprendía algo nuevo sobre sí misma y sobre la vida. Comprendió que no importa cuántas veces uno se caiga o falle, lo importante es levantarse y seguir intentándolo, siempre buscando el lado divertido de cada situación.

Una tarde, mientras jugaba en el parque, Nicol vio una mariposa atrapada en una telaraña.

"¡Ay, pobrecita!", exclamó.

Sin pensarlo dos veces, agarró una ramita y logró liberar a la mariposa.

"¡Libre!", gritó con alegría.

Al ver volar a la mariposa, se dio cuenta de que había algo mágico en ayudar a otros. Desde ese día, no solo hizo travesuras, sino que también se convirtió en la defensora de esos pequeños seres que necesitaban ayuda.

Sus travesuras fueron muchas, pero cada una dejó una lección: aventurarse está bien, reírse de los errores también, y sobre todo, ayudar a los demás te hace sentir más grande y feliz.

Y así, Nicol siguió siendo la niña traviesa, pero también se transformó en su pequeña heroína, siempre lista para un nuevo experimento, un nuevo juego y una nueva oportunidad para aprender, ayudar y, claro, divertirse de lo lindo.

Fin.

FIN.

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