Las travesuras de Nicol y el jardín mágico



Nicol era una niña curiosa y traviesa que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. Un día, mientras exploraba el viejo parque cerca de su casa, encontró una puerta pequeña, cubierta de hiedra y flores brillantes, que jamás había notado antes. Al empujarla con sus manitas, la puerta chirrió y se abrió, revelando un jardín mágico lleno de colores, sonidos y criaturas sorprendentes.

"¡Wow! ¿Dónde estoy?" - exclamó Nicol con ojos desorbitados. La magia la rodeaba y no podía resistir la tentación de entrar. Dentro del jardín, los árboles hablaban y las flores bailaban al ritmo de una música suave.

De repente, apareció un pequeño duende llamado Pipo, que llevaba un sombrero enorme y una risa contagiosa.

"¡Hola! Soy Pipo, el guardián de este jardín. ¿Quieres jugar conmigo?" - dijo el duende mientras hacía una pirueta.

"¡Sí! ¿Qué juegos hay aquí?" - respondió Nicol, llena de emoción.

Pipo le mostró un juego donde las flores tenían que adivinar qué sabor tenía cada pétalo.

"¡Este es de fresa!" - gritó Nicol, mientras las flores aplaudían. Pero no todo era diversión, porque en el fondo del jardín había una parte oscura y triste, donde las plantas se marchitaban y los colores se desvanecían.

"¿Y qué hay ahí?" - preguntó Nicol intrigada.

"Esa es la parte olvidada del jardín. Necesita ayuda, pero nadie quiere acercarse porque temen lo desconocido" - dijo Pipo con tristeza.

Nicol sintió un cosquilleo de valor en su pancita.

"¡Podemos ayudar! ¿Cómo?" - preguntó, decidida.

"Necesitamos encontrar las semillas de alegría, que fueron esparcidas por todo el jardín. Sin ellas, el lugar seguirá marchitándose" - explicó el duende.

Nicol sonrió, le encantaba la idea de una misión. Comenzaron a buscar entre risas y juegos, encontrando semillas debajo de las hojas y en pequeñas cuevas en los árboles. Cada vez que encontraban una, Pipo enseñaba a Nicol sobre la importancia de cuidar la naturaleza y cómo cada pequeño acto de bondad puede traer alegría.

Después de un rato, lograron recolectar muchas semillas y decidieron sembrarlas en la parte triste del jardín.

"¡Ahora, a regar!" - dijo Nicol emocionada mientras vertía un poco de agua mágica que había encontrado en una fuente cercana.

Poco a poco, las semillas comenzaron a brotar, colores vibrantes aparecieron, y las risas se escucharon de nuevo.

"¡Lo logramos!" - gritó Nicol, saltando de alegría mientras las flores danzaban a su alrededor.

Sin embargo, de repente, un viento fuerte sopló entre los árboles y las flores comenzaron a marchitarse de nuevo.

"¡Oh no! ¿Qué hacemos?" - preguntó Nicol, entristecida.

"Creí que habíamos hecho todo bien..." - murmuró Pipo.

"¡Espera! Tal vez falte algo más!" - sugirió Nicol, al recordar las historias que su abuela le contaba sobre el poder de las palabras.

Así que comenzó a hablar con el jardín, a contarle historias de alegría, de aventuras y sueños.

"El jardín es especial, y merece ser feliz. Todos merecemos amor y cuidado" - dijo Nicol con el corazón en la mano.

Despertando de su letargo, el jardín comenzó a resplandecer de nuevo. Las ramas se llenaron de fruta y las flores parecían más brillantes que nunca. Pipo miró a Nicol con admiración.

"¡Lo has hecho! La alegría no solo estaba en las semillas, sino también en las palabras y los sentimientos!" - celebró el duende.

Desde ese día, Nicol y Pipo visitaban el jardín mágico cada semana, cuidándolo y llenándolo de historias. Y además, aprendieron juntos sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y ayudar a los demás.

Y así, el jardín no solo floreció, sino que se volvió un lugar donde todos los habitantes del pueblo venían a compartir, jugar y aprender. Nicol había descubierto que, a veces, la travesura más bonita de todas es hacer el bien.

- “Gracias, Nicol, por tu gran corazón” - le dijo Pipo una tarde mientras miraban las estrellas.

Y Nicol, con una sonrisa, respondió: - “No hay de qué, cada uno puede hacer una diferencia. ¡Solo hay que atrevernos a entrar en el jardín! ”

FIN.

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