Las Traviesas Aventuras de Tiquitín, el Duende de Rurrenabaque



En el pequeño y hermoso municipio de Rurrenabaque, donde la selva se entrelaza con los ríos, vivía un duende travieso llamado Tiquitín. Con su gorra roja y sus grandes zapatos verdes, Tiquitín disfrutaba de jugarle bromas a los habitantes del lugar. Sin embargo, siempre lo hacía con la mejor de las intenciones, para sacarles una sonrisa y hacer que el día fuera un poquito más alegre.

Una mañana soleada, mientras los vecinos se preparaban para llevar a cabo su rutina diaria, Tiquitín decidió que era el momento perfecto para hacer algunas travesuras.

"Hoy voy a hacer que la gente sonría", dijo Tiquitín mientras se acariciaba la barbillita.

Su primer plan fue esconder las chanclas de Doña Rosa, la señora de las flores. Mientras ella regaba su jardín, Tiquitín con un rápido movimiento hizo desaparecer una de sus chanclas.

"¡Ay, mis chanclas! ¿Dónde estarán?", exclamó Doña Rosa, mirando hacia todos lados.

Los niños del barrio, al ver a Doña Rosa tan confundida, comenzaron a reírse. Tiquitín disfrutaba de la escena, hasta que un pequeño del grupo dijo:

"Vamos a ayudarla, chicos. No hay que reírse de Doña Rosa. Ella siempre nos hace sonreír con sus flores."

Tiquitín, viendo que la risa se había transformado en solidaridad, decidió que era hora de volver las cosas a la normalidad. Con un suave chasquido de dedos, hizo que la chancla apareciera justo al lado de un banquito de madera.

"¡Mirá, Doña Rosa! Tu chancla, estaba escondida juntos a las flores!", gritó uno de los niños.

"Gracias, pequeños. ¡Qué suerte que me ayudaron!", sonrió Doña Rosa al recuperar su zapato, sintiéndose feliz.

Tiquitín reflexionó sobre lo ocurrido. "Tal vez no siempre es bueno jugarle bromas a la gente. A veces es mejor ayudar". Por lo que decidió que en su próxima travesura sería un poco más amable.

Esa tarde, mientras los chicos jugaban a la pelota en la plaza, Tiquitín decidió jugar un truco diferente. Cambió las pelotas de lugar, haciendo que los chicos corrieran felices de un lado a otro, buscando la verdadera pelota que habían perdido. Pero en lugar de hacer que se molestaran, todos empezaron a sumar y restar cuántas pelotas habían visto (porque Tiquitín, al ser tan travieso, había dejado varias pelotas a su paso).

"¡Una, dos, tres…!", contaban los niños entre risas, formando una gran ronda en el centro de la plaza. Así, no solo jugaron, sino que también aprendieron a contar, a colaborar y a ser amigos.

Tiquitín se sintió orgulloso.

Además, al llegar la noche, vio que algunos vecinos tenían una reunión para platicar sobre diferentes proyectos para embellecer Rurrenabaque.

"¡Ya sé!", exclamó Tiquitín emocionado, "Puedo pintar algunas casas con colores alegres para que la gente se sienta feliz cuando camine por la calle!".

Así, al caer la oscuridad, Tiquitín sacó sus pinceles y empezó a pintar -toda la noche, sin que nadie se diera cuenta- fachadas de color amarillo, azul, rosa y verde. Cada nueva mañana, los vecinos se despertaban asombrados, sin poder entender quién había embellecido su querida localidad.

"¿Quién habrá sido el artista de esta maravilla?", se preguntaban todos entusiasmados.

Finalmente, los niños decidieron hacer un cartel en la plaza, agradeciendo a su misterioso artista: "¡Gracias, mágico artista de Rurrenabaque!".

Tiquitín, escondido detrás de un árbol, se sintió muy feliz y, en ese momento, comprendió que sus travesuras también podían servir para unir a las personas y hacerlas felices. Desde ese día, decidió dedicarse a hacer cosas buenas, siempre con su toque mágico de un poco de diversión.

Y así, el duende Tiquitín se volvió un amigo de todos en Rurrenabaque, un pequeño ser que recordaba a todos que la felicidad se comparte y que a veces, hacer el bien también puede ser una aventura divertida.

FIN.

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