Las Tres Cerdas y el Viaje a Estados Unidos
Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, tres cerdas llamadas Valeria, Sofía y Renata. Estas cerdas no eran cerdas comunes; eran muy curiosas y soñadoras. Cada día miraban al cielo y se preguntaban qué habrá más allá de las montañas y el río que rodeaba su hogar. Un día, escucharon hablar de un viaje a Estados Unidos para repartir mercadería.
"¡Vamos a hacerlo!" -dijo Valeria, entusiasmada.
"¿Pero cómo? No tenemos un medio de transporte adecuado" -respondió Sofía, algo dudosa.
"No importa. Juntas podemos encontrar la manera" -añadió Renata, con su inagotable energía.
Así que las tres cerdas se pusieron a investigar sobre el viaje. Estudiaron mapas, preguntaron a los otros animales del pueblo y hasta practicaron un poco de natación, ya que necesitarían cruzar el océano. Un día, mientras estaban en el río, se encontraron con un viejo gato llamado Don Tito, que había viajado por el mundo.
"¿Hacia dónde van, queridas?" -les preguntó Don Tito.
"Vamos a repartir mercadería en Estados Unidos" -respondió Valeria.
"Eso suena emocionante, pero peligroso. ¿Tienen un plan?" -dijo el gato, mirando con desconfianza.
"¡Claro!" -exclamó Renata. "Vamos a construir una balsa y cruzar el océano, luego tomaremos un tren y estaremos allá en un abrir y cerrar de ojos."
Don Tito se rió. "¿Tienen experiencia construyendo balsas?"
"No, pero podemos intentarlo. Somos cerdas y creemos en nuestras capacidades" -contestó Sofía con determinación.
Así, las tres amigas comenzaron a recolectar troncos, cuerdas y hojas. Trabajaron día y noche, armando su balsa con mucho cuidado. Luego de días de esfuerzo, finalmente lograron construir una balsa que parecía resistente.
"¡Listas para zarpar!" -dijo Valeria.
"Sí, pero ¿qué haremos si hay tormenta en el océano?" -preguntó Sofía, un poco preocupada.
"Confiemos en que el viento nos lleve en la dirección correcta y que nuestro trabajo duro no sea en vano" -respondió Renata alzando la vista hacia el cielo.
Con gran emoción, las cerdas se subieron a la balsa y partieron. ¡El viaje comenzó! Al principio todo iba bien, les gustaba sentir el viento en sus caras y ver las olas del mar. Pero después, el cielo se oscureció y un fuerte viento comenzó a soplar.
"¡Oh no!" -gritó Sofía. "Esto no lo esperábamos".
"No podemos rendirnos. Tomen un remo y ayúdenme a dirigir la balsa" -dijo Valeria con valor.
Remando juntas, lograron mantener la balsa a flote. Finalmente, después de la tormenta, aparecieron del otro lado del océano en una hermosa playa. Miraron a su alrededor y se dieron cuenta de que habían llegado a Estados Unidos. ¡Todo había valido la pena!
Sin embargo, su odisea no terminaba ahí. Tenían que encontrar el lugar al que irían a entregar la mercadería. Aquí, se toparon con un problema: no sabían inglés. Pero eso no los detuvo.
"Podemos hacer una señal con gestos. La comunicación puede ser divertida" -sugirió Renata, siempre optimista.
"Buena idea" -dijo Sofía.
Con ingenio y alegría, empezaron a hacer mímicas y a señalar hacia los carteles que encontraban. A cada lugar al que iban, sus gestos provocaban risas y miradas de sorpresa. Los habitantes de Estados Unidos se divirtieron tanto que decidieron ayudarles.
Finalmente, llegaron a un gran almacén donde les explicaron que debían dejar varias cajas de juguetes y libros. Las cerdas estaban tan felices que no podían dejar de sonreír.
"Miren lo que hemos logrado" -dijo Valeria, emocionada. "No sólo hemos cruzado el océano, también hemos hecho amigos".
"Sí! Y aprendimos a comunicarnos sin hablar" -añadió Sofía. "El idioma de la amistad es universal".
Después de dejar la mercadería, conocieron a un grupo de animales viajeros que les ofrecieron regresar a Argentina en su barco. Las tres cerdas aceptaron y se despidieron de sus nuevos amigos, llevando con ellas historias y experiencias inolvidables. Y así, Valeria, Sofía y Renata regresaron a su pueblo llenas de anécdotas sobre su aventura, aprendiendo que la curiosidad y el trabajo en equipo pueden llevarte lejos, y que, sin importar las diferencias, siempre hay algo en común que celebrar, especialmente la amistad.
Desde entonces, las tres cerdas se convirtieron en un símbolo de valentía y perseverancia en su pueblo, inspirando a otros a seguir sus sueños sin importar cuán grandes parezcan.
FIN.