Las Tres Viejas de la Casa Verde



Érase una vez, en un encantador barrio de la ciudad, una casa verde rodeada de flores coloridas y árboles que susurraban al viento. En esa casa vivían tres viejas: la Señora Inés, la Señora Rosa y la Señora Clara. Nadie podía creer que, a su avanzada edad, compartieran un mismo hogar sin pelear ni discutir. Era como si tuvieran un pacto de amistad, y su casa siempre estaba llena de risas y buenos momentos.

Una mañana, mientras el sol se asomaba por el horizonte, la Señora Clara, que era la más curiosa de las tres, propuso un juego. - “¿Y si hacemos un concurso de cuentos? Cada una tendrá que contar una historia inventada, y yo haré de jurado. ¡La mejor recibirá un premio! ” - Las otras dos viejas se miraron con una gran sonrisa y aceptaron encantadas.

La Señora Inés, conocida por su amor a la cocina, comenzó. - “Había una vez un cazador de tesoros que descubrió un mapa viejo en una botella en el mar…” - Sus ojos brillaban mientras hablaba de aventuras y misterios. La historia estaba llena de giros inesperados, pero al final, el cazador descubría que el verdadero tesoro era la amistad que había encontrado en el camino.

Luego fue el turno de la Señora Rosa. - “Mi historia comienza en un jardín mágico donde crecían flores que podían hablar…” - Los tres nuevos amigos de Rosa, unas mariposas traviesas, le enseñaron a cuidar los secretos del jardín. Sin embargo, un día, un hombre llegó dispuesto a cortar las flores. ¡Pero la valentía de las mariposas hizo que ese hombre se diera cuenta de lo valioso que era el amor por la naturaleza!

Por último, Clara se preparó para contar su historia. - “En un viejo faro junto al mar, vivía un viejo marinero que soñaba con llegar a tierras lejanas…” - A través de tempestuosos mares y tormentas, el marinero aprendió que cada aventura lo acercaba más a su hogar, donde siempre lo esperaba su familia.

Al terminar, Clara hizo una pausa, pensando. - “¡Cada historia tiene algo especial! ¿Cómo podría decidir cuál es la mejor? ” - Mientras las viejas discutían la manera de elegir al ganador, se dieron cuenta de algo: el verdadero premio no era el juego en sí. - “Cada una de nosotras, con nuestras historias, reflejamos un pedacito de lo que somos,” - dijo Inés, y las otras asintieron.

Entonces, Clara tomó una decisión. - “No habrá un ganador. ¡Todas somos ganadoras! ” - La alegría y felicidad llenaron la casa verde, y las viejas se abrazaron, entendiendo que, a pesar de sus diferencias, cada historia era única como ellas mismas.

A partir de ese día, decidieron hacer un rito semanal. Todos los sábados, se sentaban juntas en el jardín a contar cuentos. Los niños del barrio se unieron y el jardín se llenó de risas y contadas aventuras. Con el tiempo, la casa verde se convirtió en un lugar donde niños y ancianos compartían historias, una tradición que unió a todos en el barrio.

Así, en la casa verde donde vivían tres viejas, siempre había risas, cuentos y sobre todo, un gran amor. Una simple tradición les enseño que lo más importante no son los premios, sino los momentos compartidos, la amistad y la magia de contar historias. Y así, generaron un vínculo que nunca se rompería, recordando que cada historia, como la vida misma, está llena de giros inesperados y grandes aprendizajes.

FIN.

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