Las Vacaciones de Miranda
Miranda era una niña de diez años que vivía en un barrio tranquilo con su papá Alfonzo, su mamá Marisol y su hermano mayor Víctor. Cada año, cuando llegaban las vacaciones de verano, Miranda se emocionaba como si fuera su cumpleaños. Esto era porque pasaría un mes en la casa de su abuela Helba, una mujer llena de historias y sorpresas.
"¡Ya falta poco para ir a casa de la abuela!" - le decía Miranda a su hermano.
"Sí, pero no te olvides de que esta vez no voy a estar siempre jugando contigo, voy a salir con mis amigos" - respondió Víctor con una sonrisa burlona.
A pesar de la respuesta de su hermano, Miranda no se desanimaba. Sabía que su abuela Helba tenía un encanto particular y juntos siempre descubrían algo nuevo. Así que cuando llegó el día, Miranda se subió al auto con su papá y su mamá, llenita de emoción.
La abuela Helba vivía en un pequeño pueblito rodeado de naturaleza: árboles altos, flores de todos los colores y un río que cantaba su propia melodía. Cuando llegaron, abuela Helba salió a recibirlos con un abrazo cálido y galletas recién horneadas.
"¡Miranda! ¡Estás más grande!" - exclamó Helba mientras le acariciaba el cabello rizado.
"¡Y vos seguís cocinando las mejores galletas del mundo!" - respondió Miranda, olvidando por un momento a su hermano.
Una vez instalados en la casa de la abuela, Miranda comenzó a explorar el jardín. Pero un día, mientras jugaba, notó que había un pequeño camino en el bosque detrás de la casa. Curiosa, decidió aventurarse un poco más allá.
"Abuela, ¿puedo ir a explorar un ratito?" - preguntó Miranda.
"Siempre con cuidado, querida. La naturaleza está llena de maravillas, pero también de sorpresas. Recuerda lo que te enseñé sobre respetar el entorno" - dijo Helba con una sonrisa.
Miranda asintió y se adentró por el sendero. Después de un rato, descubrió una pequeña cueva. Estaba nerviosa, pero su curiosidad fue más fuerte. Al entrar, encontró un pequeño brillo entre las piedras. Era un espejo antiguo y polvoriento. Fascinada, tocó su superficie y, de repente, una luz brillante la envolvió.
En un parpadeo, Miranda se encontró en un mundo mágico lleno de criaturas fantásticas: hadas danzantes, árboles que hablaban y ríos de chocolate.
"¿Quién eres?" - preguntó una pequeña hada que se acercó volando.
"Soy Miranda, ¿dónde estoy?" - respondió confundida.
"Estás en el Reino de la Imaginación. Pero ten cuidado, la Reina de las Sombras ronda por aquí y puede ser peligrosa" - advirtió el hada.
Aterrorizada, pero intrigada, Miranda comenzó a explorar este nuevo mundo. Se dio cuenta de que si quería volver a casa, debía ayudar a los habitantes del reino.
La Reina de las Sombras había robado el brillo de la vida y todos estaban tristes y apagados.
"No puedo dejar que esto continúe" - pensó Miranda.
Con la ayuda del hada y sus nuevos amigos, idearon un plan. Usarían los poderes de la amistad y la creatividad para recuperar el brillo. Juntos, comenzaron a hacer dibujos, cantar canciones y contar historias. Poco a poco, el reino comenzó a brillar nuevamente.
En un enfrentamiento final, Miranda se plantó frente a la Reina de las Sombras.
"¿Por qué quieres que todos sean infelices?" - preguntó con valentía.
"Porque solo así soy más poderosa" - respondió la Reina, con voz temblorosa.
Miranda, recordando las enseñanzas de su abuela, le dijo:
"La verdadera magia se encuentra en hacer felices a los demás, no en hacerles daño. ¡Toma mi mano y ven con nosotros!"
Las palabras de Miranda resonaron en el corazón de la Reina, y para asombro de todos, la Reina de las Sombras comenzó a brillar con una luz cálida, transformándose en la Reina de la Luz.
"Gracias, pequeña. Me has mostrado el verdadero camino" - dijo la Reina transformada.
Finalmente, el reino recuperó su alegría. Miranda, con la ayuda de sus nuevos amigos, pudo regresar a su casa. Al cruzar la puerta de la cueva, se sintió diferente, más fuerte y sabiendo que siempre debía luchar por lo que era correcto.
Al volver con su abuela Helba, Miranda se dio cuenta de que la magia también estaba en su hogar, en los cuentos que su abuela le contaba y en los momentos compartidos.
"Contame todo, Miranda!" - dijo Helba, interesada.
"¡Te tengo tantas historias que contar!" - respondió sonriendo.
Miranda jamás olvidó su aventura, y cada vez que miraba al espejo en su habitación, recordaba que la verdadera magia estaba en el amor, la amistad y la valentía. Así, cada vacaciones se volvió una oportunidad para seguir explorando, aprendiendo y creando magia, siempre con su abuela Helba a su lado.
Y así, Miranda aprendió que nunca hay que dejar de soñar y que, a veces, las aventuras más grandes pueden encontrarse en los lugares más inesperados.
FIN.