Las vacaciones salvajes de la familia Herrera
Era una primavera radiante y los alumnos de la Escuela Primaria Los Colores estaban emocionados por la llegada de las vacaciones. Todos planeaban sus días de descanso, pero la familia Herrera tenía un plan muy especial: iban a ir de campamento a la reserva animal más cercana, el Parque Natural de Las Tres Colinas, donde vivirían una aventura increíble.
La señora Herrera, madre de dos pequeños aventureros, Sofía y Mateo, explicó su plan a la familia una noche en la mesa.
"Este año, en vez de ir a un lugar con mucho ruido y gente, vamos a acampar en medio de la naturaleza. Vamos a aprender sobre los animales salvajes y compartir ese tiempo juntos. ¿Qué les parece?"
Sofía, una niña de ocho años con una gran imaginación, grito entusiasmada:
"¡Va a ser genial, mamá! Vamos a ver tigres y leones, ¡y hasta tal vez un elefante!"
Mateo, de seis años, que siempre había tenido un corazón aventurero, se sumó:
"¡Sí! Y quiero ver un oso!"
"Calma, valientes," rió la señora Herrera. "En el parque hay ciervos, guanacos y hasta flamencos, pero los osos y los tigres no viven aquí. Sin embargo, hay muchas maravillas que explorar."
El día de la partida llegó. Con mochilas llenas de provisiones y un mapa en mano, la familia Herrera se subió a la camioneta. En el camino, compartieron música, historias y muchas risas. Cuando llegaron a la reserva, Mateo miró por la ventana y dijo:
"¡Miren los árboles! Son enormes!"
"Y hay tantas flores. ¡Es un verdadero arcoíris!" exclamó Sofía.
Ya en el campamento, los niños ayudaron a armar la carpa. Sofía fue la encargada de colocar la linterna, mientras que Mateo recorría el lugar buscando hojas y piedras curiosas.
Esa noche, mientras se sentaban alrededor de la fogata, la señora Herrera les contó historias sobre los animales que podrían ver durante su estadía.
"¿Sabían que los flamencos son rosas porque comen camarones?"
"¿Y que los guanacos son parientes de las llamas?"
Los ojos de los niños brillaban de asombro mientras escuchaban.
Al día siguiente, decidieron explorar el parque. Siguieron un sendero marcado que los llevó a un lago donde pasaban los flamencos. La vista era maravillosa.
"Miren, ahí están!" gritó Mateo, señalando con el dedo.
"Son hermosos, parecen bailarinas en el agua," respondió Sofía emocionada.
"¡Vamos a sacar una foto!" propuso la señora Herrera.
Después de observar los flamencos, siguieron caminando y se encontraron con un ciervo.
"¡Es tan lindo!" exclamó Sofía.
"¿Por qué no le lanzamos algunas semillas para que come?" sugirió Mateo.
"Mejor no, recordemos que son animales salvajes y debemos respetar su espacio," respondió su padre, apoyando la idea de cuidar la naturaleza.
El día siguiente estuvo lleno de actividades: construyeron refugios con ramas, buscaron insectos y aprendieron sobre las plantas. Sofía y Mateo estaban felices, pero al tercer día, algo inesperado ocurrió. Durante una caminata, escucharon un ruido extraño detrás de unos arbustos.
"¿Qué fue eso?" preguntó Mateo, con una mezcla de miedo y curiosidad.
"No sé, pero vayamos a ver," dijo Sofía valiente.
Cuando se acercaron, encontraron a un pequeño zorro atrapado entre unas zarzas. Estaba asustado y temblando.
"¡Pobrecito! Necesitamos ayudarlo!" exclamó Sofía.
"Sí, pero ¿cómo?" preguntó Mateo preocupado.
La señora Herrera, que había estado observando desde lejos, se acercó y dijo:
"Lo primero es mantener la calma. Teamos el tiempo necesario para no asustarlo más. Voy a buscar unas tijeras para cortarle las ramas."
Entre todos, lograron liberar al pequeño zorro. Cuando estuvo libre, miró a la familia con ojos agradecidos y, lentamente, se alejó hacia el bosque.
"¡Lo logramos!" gritó Mateo lleno de emoción.
"¡Sí! ¡Podemos ayudar a los animales!" gritó Sofía.
Esa noche, mientras estaban en la fogata, reflexionaron sobre la experiencia.
"Aprendí que debemos cuidar a los animales, no solo mirarlos," dice Sofía.
"¡Sí! Como familia, podemos hacer la diferencia en el mundo natural," añadió Mateo, sonriendo.
"Siempre es bueno compartir estas experiencias juntos. Recuerden, la alegría viene de cuidar lo que amamos," concluyó el padre.
Las vacaciones de la familia Herrera se convirtieron en un tiempo inolvidable. Al regresar a casa, no solo habían vivido aventuras salvajes sino que también entendieron la importancia de proteger y compartir el mundo natural con amor y respeto. Desde entonces, nunca dejaron de contar sus historias sobre el zorro y sobre cómo pasar tiempo en la naturaleza era una verdadera alegría.
FIN.