Las Velas del Jardín de los Amigos
En un pequeño barrio de Buenos Aires, seis amigos se reunían todos los sábados en el Jardín de la Abuela Rosa. Este jardín no solo era hermoso, lleno de flores de distintos colores, sino que también era el lugar donde compartían risas y sueños. Los amigos eran: Mateo, el soñador; Sofía, la artista; Lucas, el inventivo; Valentina, la amable; Tomás, el curioso; y Jimena, la entusiasta.
Una tarde de otoño, mientras disfrutaban de un rico mate y se contaban historias sobre su futuro, Tomás dijo:
"¿No sería genial crear algo que haga sentir bien a las personas y al mismo tiempo cuide nuestro planeta?"
"Podríamos usar cosas que ya no sirven más!" sugirió Valentina con una gran sonrisa.
"¡Sí, sí! Como botellas de vidrio!" exclamó Lucas, que siempre tenía ideas innovadoras.
"¿Y si hacemos velas de soja? Son naturales y huelen increíble!" agregó Sofía, dibujando en el aire con sus manos lo que podría ser una vela en forma de flor.
Así, nació la idea de "Las Velas del Jardín de los Amigos". Decidieron que todos tendrían un rol especial: Mateo se encargaría de buscar las botellas recicladas, Sofía diseñaría etiquetas coloridas, Lucas se encargaría de crear los moldes, Valentina haría las velas, Tomás se encargaría de las finanzas y Jimena organizaría las ventas.
Pasaron varias semanas trabajando en su proyecto. Con cada encuentro, el jardín de la abuela Rosa se llenaba de fragancias y risas. Sin embargo, no todo fue sencillo.
Un día, encontraron un gran obstáculo. Cuando estaban listas para vender sus velas, se dieron cuenta de que no eran las únicas en el barrio que estaban haciendo velas.
"¡Esto es una locura! No hay manera de competir con los demás!" se desanimó Jimena.
"No podemos dejar que esto nos detenga" dijo Mateo.
"Tal vez seamos diferentes. Podemos enfatizar que usamos reciclaje y que nuestras velas son naturales!" propuso Sofía.
"Sí, somos un equipo especial!" añadió Valentina con un brillo en sus ojos.
Así fue como decidieron organizar una feria en el jardín, donde no solo venderían sus velas, sino que también darían una charla sobre la importancia del reciclaje. Juntos, prepararon un hermoso stand.
El día de la feria, la gente del barrio llegó emocionada.
"¡Bienvenidos! Aquí aprenderán a cuidar el planeta y a hacer velas!" gritó Jimena, con energía contagiosa.
"¡Miren nuestras velas, son únicas!" exclamaba Sofía, mientras mostraba las velas aromáticas.
La respuesta del público fue increíble. La gente no solo compró las velas, sino que también se interesó por aprender a hacerlas.
"Enseñenme a hacerlas también!" pedía un niño.
"¡Sí! ¡Queremos aprender!" se unía el grupo.
Decidieron entonces que en lugar de solo vender, realizarían talleres de velas cada semana, combinando diversión y aprendizaje mientras cuidaban el medio ambiente. Con el tiempo, Las Velas del Jardín de los Amigos se volvió un lugar donde todos aprendían a crear, reciclar y divertirse.
Los amigos ya no solo vendían velas, sino que se habían convertido en una comunidad que promovía la sostenibilidad y la amistad. Cada vez que alguien encendía una de sus velas, no solo iluminaba su hogar, sino que también recordaba la historia de seis amigos y un jardín lleno de sueños.
Y así, los amigos continuaron creando, inspirando y soñando, sabiendo que lo importante no era solo el producto, sino la misión de cuidar el planeta juntos. Y así, su historia siguió escribiéndose, llena de aventuras, risas y velas danzando con la luz del reciclaje.
Y colorín colorado, esta historia de velas y amigos ha terminado. Pero en el corazón del Jardín de la Abuela Rosa, sigue viva la chispa de la creatividad y el amor por la naturaleza.
FIN.