Las Vellesas de mi Lindo Chile
En una pequeña aldea situada al pie de la montaña, vivía un niño llamado Tomás. Tomás era un niño curioso, le encantaba explorar la naturaleza, especialmente su querido huerto de chiles. Un día en particular, mientras regaba sus plantas, notó algo extraño en una de las hojas de sus chiles.
- ¡Mirá esto, Mamá! - exclamó Tomás, acercándose a su madre, que mostraba interés por sus plantas.
Su madre se acercó y vio pequeñas criaturas que estaban a su alrededor.
- Son vellesas, Tomás. A veces ayudan a que las plantas crezcan fuertes, pero si no tienes cuidado, pueden hacerles daño - explicó ella con voz suave.
Tomás quedó intrigado. - ¿Y qué podemos hacer para proteger mis chiles? - preguntó.
- Podrías aprender a conocerlas, entender cómo funcionan y tal vez usarlas a tu favor. Ya sabes, la naturaleza siempre tiene un equilibrio - sugirió su mamá.
Esa noche, Tomás no pudo dormir. La idea de entender a las vellesas parecía como una aventura. Al día siguiente, tomó su cuaderno y se fue al bosque cercano en busca de respuestas. Caminó entre los árboles, disfrutando de los sonidos de la naturaleza. Fue entonces cuando encontró a una anciana que vivía en una cabaña.
- Hola, niño. ¿Qué trae a un chico tan joven a un lugar como este? - preguntó la anciana con una sonrisa.
- Estoy tratando de aprender sobre las vellesas. Quiero proteger mis chiles - confesó Tomás.
La anciana lo observó detenidamente. - En el jardín de la vida, hay que aprender a convivir con todos los seres. Las vellesas no son malas, solo deben ser entendidas - dijo.
Tomás se sentó a su lado mientras ella le contaba historias de cómo las vellesas ayudaban a dar vida a otras plantas.
- Si las tratas con respeto y las invitas a cuidar tus chiles, pueden ayudarte a hacerlos más fuertes - afirmó.
Tomás regresó a casa emocionado. Con una nueva visión y un gran cuaderno lleno de notas, decidió cuidar su huerto de una manera diferente. En lugar de intentar deshacerse de las vellesas, las observó.
A medida que pasaban los días, Tomás notó que las vellesas no solo cuidaban de sus chiles, sino que también traían mariposas y abejas. La diversidad creció en su huerto, e incluso el sabor de sus chiles mejoró.
Un día, cuando fue a mostrarle a su madre lo que había aprendido, ella exclamó: - ¡Tus chiles se ven maravillosos! - Y Tomás sonrió.
- Gracias a las vellesas, mamá! Aprendí a trabajar con ellas, no en su contra. - La madre lo abrazó, orgullosa de su hijo.
Pero un día, Tomás encontró que algunas de sus plantas comenzaban a marchitarse. Pensó que tal vez las vellesas no estaban haciendo su trabajo. Decidido a averiguar qué pasaba, se adentró en el bosque nuevamente. Ahí, encontró a la anciana.
- ¿Por qué mis chiles se están marchitando? - preguntó, preocupado.
La anciana sonrió. - A veces, al cuidar algo, también hay que cuidar el entorno. ¿Has mirado si tus chiles tienen suficiente agua y luz? - le preguntó.
Tomás reflexionó. - Tienes razón, he estado muy concentrado en las vellesas. - Y corrió a su huerto, descubriendo que necesitaban más agua.
Gracias a su aprendizaje, recuperó su huerto y comprendió que la convivencia era la clave. Desde entonces, no solo cuidó de sus chiles, sino que también respetó cada ser que habitaba su pequeño mundo. Y así, Tomás aprendió que en la vida, siempre hay que encontrar el equilibrio y que cada pequeño ser tiene su lugar.
Con esto, su huerto se convirtió en un lugar lleno de vida y maravillas, donde las vellesas, mariposas y chiles florecían juntos, como una gran familia.
FIN.