Laura y la Máscara en el Castillo



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Villa Esperanza, donde vivía una curiosa niña llamada Laura. Siempre le fascinaban las historias de aventuras y misterios, en especial las que sucedían en los viejos castillos que estaban alrededor. Un día, decidió que era el momento de explorar el castillo más cercano, que se alzaba en la colina, cubierto de enredaderas y sombras.

"¿Por qué nunca he ido a ese castillo?" - pensó Laura mientras empacaba su mochilita con su linterna, su cuaderno y un lápiz para tomar notas.

Con el corazón acelerado, comenzó a subir la colina. Cuando llegó a la entrada del castillo, se sintió un poco asustada, pero su curiosidad fue más poderosa que su temor. Justo en el instante en que cruzó la puerta antigua, escuchó un extraño ruido.

"¿Hola?" - llamó con voz temblorosa, pero no obtuvo respuesta. Sin embargo, algo brilló en la penumbra. Laura se acercó y encontró una máscara elegante, decorada con plumas y purpurina.

"¿De quién será esto?" - se preguntó, levantando la máscara para observarla de cerca. En ese momento, escuchó que alguien se acercaba. Laura se escondió detrás de un gran sofá cubierto de polvo.

De repente, una figura vestida con una capa negra entró en la sala. Era un misterioso personaje con una voz amable:

"No temas, pequeña. Soy el guardián del castillo. Esta máscara tiene un poder especial. Quien la use, podrá realizar un deseo, pero..." - se detuvo para hacer un gesto dramático "debe ser un deseo desinteresado."

Laura estaba atónita. "¿Un deseo? Pero, ¿por qué desinteresado?" - cuestionó, sintiendo que aquel giro sorprendía su mente.

"Los deseos egoístas, pequeña, nunca traen el verdadero valor. Solo los deseos que ayudan a los demás pueden tener magia verdadera. Tu corazón debe ser puro y honesto."

Intrigada, Laura pensó en su deseo. Tal vez deseaba tener nuevos juguetes o ser una gran aventurera, pero en ese momento, escuchó el eco de unas risas fuera del castillo. Eran sus amigos: Tomás y Ana.

Al pensar en ellos, recordó a su amiga Ana, que siempre intentaba ayudar a otros pero no tenía muchos amigos porque era un poco tímida. Laura decidió que, si iba a pedir un deseo, sería ayudar a Ana a encontrar amigos.

"¡Quiero que Ana haga nuevos amigos!" - exclamó, y al mismo tiempo, colocó la máscara en su rostro. La sala se llenó de luces brillantes y mágicas, y luego se disiparon rápidamente. Cuando Laura se quitó la máscara, sintió un cosquilleo en su corazón.

"Has hecho una gran elección, pequeña" - dijo el guardián con una sonrisa. "Pero recuerda, la verdadera magia está en ti. Sal y ayuda a Ana a brillar."

Laura salió corriendo del castillo, radiante de felicidad. Cuando llegó a donde estaban Tomás y Ana, se le ocurrió una idea.

"Chicos, ¿qué les parece si organizamos un juego en el parque?" - sugirió Laura entusiasmada. "Podemos invitar a todos y hacer un gran picnic."

Los ojos de Ana brillaron de alegría. "¡Esa es una gran idea!" - respondió, sintiéndose de repente llena de energía.

Así que Laura, Tomás y Ana convirtieron la idea en realidad. Llamaron a otros chicos del barrio, organizaron juegos y prepararon deliciosas meriendas. Cuando llegó el día, el parque se llenó de risas y alegría. Ana rápidamente se volvió el centro de atención porque era excelente contando historias y organizando juegos.

Laura sonrió al ver que su deseo se estaba cumpliendo.

"Todos son tan amables contigo, Ana!" - dijo Laura emocionada. "Me alegra que hagas nuevos amigos."

Ana la miró con gratitud. "Gracias, Laura. Nunca habría pensado en hacer esto. Me siento muy feliz."

Pero, como en todo cuento, un giro inesperado estaba a punto de suceder. Durante el picnic, Laura notó que algunos niños estaban un poco apartados, no se unían a los juegos. Se acercó a ellos para preguntar.

"¿Por qué no están jugando?" - preguntó Laura.

Uno de los niños, llamado Leo, respondió tímidamente. "No sabemos jugar bien y pensamos que no nos querrían aquí."

Laura recordó las palabras del guardián y comprendió que su deseo no estaba completo.

"¡Los juegos son para todos!" - exclamó Laura. "Podemos enseñarles. ¡Vamos a invitarlos a unirse a nosotros!"

Así, con su valentía, Laura ayudó a que todos los niños se unieran al juego. Se organizó un gran torneo y la risa llenó el parque. No solo Ana hizo amigos, sino que cada niño aprendió lo valioso que es compartir y jugar en grupo.

Al finalizar la tarde, todos se sentaron bajo un árbol, compartiendo historias y risas. Laura miró a su alrededor y sonrió, sabiendo que había hecho algo muy importante.

"Quizás la verdadera magia es crear un espacio donde todos se sientan bienvenidos" - pensó para sí misma.

Con el corazón lleno, Laura decidió que, aunque la máscara mágica había sido especial, la verdadera aventura era ayudar a los demás a encontrar su lugar en el mundo.

Y desde entonces, esa mágica tarde en el parque se convirtió en una tradición en Villa Esperanza, donde cada niño y niña aprendió el valor de la amistad, la inclusión y la magia de los deseos desinteresados.

FIN.

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