lecciones de libertad, sacrificio y unión bajo el pabellón argentino


Había una vez en la lejana provincia de Jujuy, un niño llamado Mateo de tan solo 8 años.

Mateo vivía en un pequeño pueblo cercano a la ciudad capital, donde todos los días jugaba con sus amigos en las calles polvorientas y llenas de alegría. Un día, mientras corría por el pueblo con su cometa en mano, escuchó gritos emocionados que venían del centro.

Intrigado, se acercó corriendo y vio a una multitud reunida alrededor de un hombre alto y valiente que sostenía una hermosa bandera celeste y blanca. Era el General Belgrano, quien había llegado para entregar la bandera de la libertad civil al pueblo de Jujuy.

Mateo quedó maravillado al ver los colores flameando en el viento y sintió un ardoroso orgullo por su patria. "¡Mirá, papá! ¡Es la bandera que nos representa a todos!", exclamó Mateo emocionado.

Su padre lo miró con cariño y le explicó la importancia de ese símbolo sagrado que los acompañaría en su lucha por la libertad contra los invasores españoles. Días después, Jujuy se vio amenazada por el avance del ejército realista y se decidió emprender el Éxodo Jujeño.

Todos debían abandonar sus hogares para protegerse en las montañas y evitar ser conquistados. Mateo no entendía muy bien lo que pasaba, pero cuando vio a su familia empacar algunas pertenencias con prisa, supo que algo grave ocurría. "¿Por qué tenemos que irnos?", preguntó confundido.

Su madre lo abrazó con ternura y le explicó que debían protegerse para poder seguir viviendo libres en su tierra amada. Sin dudarlo, Mateo ayudó a cargar algunas cosas y se prepararon para partir junto a sus vecinos hacia las montañas.

El camino fue duro y agotador. El sol quemaba sus rostros y el cansancio pesaba en sus piernas. Pero Mateo nunca perdió la esperanza ni dejó de sonreír a pesar de todo.

"Tranquilo hijo, pronto estaremos a salvo", le decía su padre mientras caminaban cuesta arriba. Finalmente, después de varios días de travesía, lograron llegar al refugio seguro entre las montañas donde otros jujeños los recibieron con los brazos abiertos.

Allí compartieron alimentos escasos pero sabrosos e historias junto al calor del fogón. Mateo aprendió mucho durante ese viaje tan difícil: descubrió la importancia de defender sus ideales, valorar la libertad por sobre todas las cosas y trabajar juntos como comunidad para superar cualquier adversidad.

Con el tiempo, Jujuy logró resistir el ataque realista gracias al coraje y determinación del pueblo unido bajo su bandera celeste y blanca.

Y Mateo creció sabiendo que siempre llevaría consigo el espíritu indomable de aquellos héroes anónimos que lucharon por su tierra hasta el final.

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