Lecciones de una Ardilla



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Lucía. Un día, cansada de las reglas y los deberes en casa, decidió escaparse al bosque. Con una mochila llena de provisiones y una sonrisa traviesa, corrió hacia la arboleda, llena de emoción.

Mientras exploraba el bosque, Lucía se perdió entre los árboles y pronto se dio cuenta de que no sabía cómo regresar. Se sentó en una roca, un poco asustada, cuando de repente, vio a una ardilla pequeña y peluda que estaba muy concentrada en comer una nuez.

- ¿Hola! - dijo Lucía, acercándose cautelosa. - ¿Por qué estás comiendo mi nuez?

La ardilla levantó la vista, con sus ojos brillantes.

- ¡Perdón, amiga! - respondió la ardilla - Solo la encontré aquí y estaba muerta de hambre. ¡Soy Susi, la ardilla!

- Yo soy Lucía. Pero, ¿no ves que es peligrosa la vida aquí? - dijo preocupada la niña. - Me escapé de casa.

Susi dejó la nuez a un lado y lo miró fijamente.

- Escapar no es la solución, Lucía. Este bosque puede ser muy peligroso para un niño.

Lucía se encogió de hombros.

- Pero estoy aventurándome. No quiero quedarme todo el tiempo en casa.

- Te entiendo, pero el bosque tiene muchas sorpresas que no son tan buenas - explicó Susi. - Ven, déjame mostrarte.

Lucía siguió a Susi, que la llevó por senderos estrechos entre los árboles. En un momento, se encontraron con un grupo de aves que cantaban. Lucía sonrió al escuchar la melodía.

- ¡Mirá qué lindo! - exclamó.

- ¡Sí, pero no tan rápido! - dijo Susi. - A veces, las cosas que parecen hermosas pueden ser engañosas. ¡Te lo demostraré!

Susi llevó a Lucía a otro lugar donde una serpiente se deslizaba ágilmente entre las hojas. La niña dio un paso atrás, inhalando con temor.

- ¡Ay, no quiero acercarme a eso! - gritó.

- ¡Exacto! - dijo Susi, asintiendo con la cabeza. - No todo en el bosque es seguro. Además, ¿sabías que hay animales que no siempre son amistosos?

Lucía medía sus palabras antes de hablar.

- ¿Como qué?

- Como el gran zorro que vive cerca del río - explicó Susi. - A veces, él busca comida y no tiene reparo en asustar a los que se cruzan en su camino.

Por un momento, Lucía pensó en regresar a casa. Pasar tiempo con su madre, las risas y las historias antes de dormir le empezaron a llenar el corazón.

- Pero quiero ser aventurera, Susi. - dijo Lucía. - Quiero conocer el mundo.

La ardilla sonrió, pero fue seria a la vez.

- Hay aventuras en casa también. A veces, las reglas son para protegerte. El mundo exterior tiene su magia, pero también su peligro. - dijo Susi.

Lucía parpadeó y miró a su alrededor. El bosque era hermoso, pero había comenzado a sentir miedo.

- ¿Qué debería hacer entonces? - preguntó.

- Escuchar a tus padres, hacerles saber que deseas aventuras. Juntos pueden explorar sin que corras riesgos - sugirió Susi.

La niña asintió.

- Tenés razón, Susi. Me perdí porque huí. Necesito ser más sabia y encontrar aventuras con seguridad.

La ardilla, feliz por su respuesta, se acercó a Lucía y le dio un pequeño empujón amistoso.

- Ven, te acompaño al borde del bosque. No puedo permitir que te quedes aquí por más tiempo.

Caminaron juntas durante un buen rato, compartiendo historias sobre la vida en el bosque y en el pueblo. Finalmente, llegaron al borde donde Lucía podía ver su casa al fondo.

- ¿Ves, Lucía? - dijo Susi. - El mundo es fascinante y siempre habrá sorpresas. Pero también, siempre es mejor compartir esas experiencias con aquellos que te aman.

- ¡Gracias, Susi! - dijo Lucía, emocionada. - No puedo esperar para contarle a mamá de nuestra aventura y pedirle que juntos exploremos el bosque.

- Eso es lo mejor que podés hacer - respondió Susi con una sonrisa brillando en su cara. - Recuerda, la verdadera aventura está en el camino que eliges seguir con los que cuidan de vos.

Con un nudo en el estómago, pero con el corazón más ligero, Lucía le dio un abrazo a la ardilla.

- ¡Adiós, amiga! Prometo volver a visitarte.

Y así, Lucía regresó a casa, no solo con una nueva amiga, sino también con una lección que jamás olvidaría: la verdadera aventura no se trata sólo de escapar, sino de compartir momentos con quienes nos quieren.

FIN.

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